Una década de minifaldas, rock, inauguraciones monumentales y mucho descontento social.
En esta década todo cambió para siempre…
Durante la séptima década del siglo XX, la modernidad había llegado a la capital de México. Las mujeres ya no tenían miedo de enseñar las piernas y los hombres ya no necesitaban cortarse el pelo y usar sombrero para ser respetables.
La música del radio sonaba diferente, se habían cambiado las baladas pegajosas de antaño por las guitarras y las canciones hippis. Todo estaba transformándose, hasta el transporte.
En 1969, Gustavo Díaz Ordaz había inaugurado la gran obra de su sexenio: el metro. El polémico presidente fue el primero en conducir un vagón (de la Candelaria a San Lázaro) y fue por consiguiente el primer pasajero que tuvo el Sistema Colectivo. La gente de la Ciudad de México estaba tan emocionada por la llegada de los trenes que un día después de su apertura, medio millón de capitalinos lo estrenaron.
Ordaz se fue casi a inicios de los setenta y llegó Luis Echeverría. Un presidente, que según lo describió el gran escritor José Agustín en su libro La tragicomedia mexicana fue “folclórico e irresponsable”. Su sexenio fue para muchos el principio del fin de los buenos tiempos y eso se podía ver sobre todo en las calles de la Ciudad de México.
Las ondas huellas del 68 todavía deambulaban en las principales arterias de la capital. Por un lado, la urbe estaba llena de los monumentos y edificios que se construyeron a propósito de las olimpiadas. Por otro, el descontento de los jóvenes, después de la matanza de Tlatelolco, seguía más vivo que nunca. En esos días irrumpían en la calle una gran cantidad de marchas estudiantiles. Una que se organizó el 10 de junio conocida como “El halconazo”, terminó en tragedia.
Pero además de manifestaciones, también hubo muchas construcciones monumentales. Se expropiaron 249 hectáreas para hacer la Tercera Sección del Bosque de Chapultepec. Por otro lado, para combatir el tráfico se inició la construcción del Circuito Exterior. También se edificó la Torre Pemex, que en la época iba a ser el edificio más grande de América Latina y finalmente se crearon las cuatro estaciones de autobuses que ahora todos conocemos.
En 1970 las señoras veían una telenovela que se llamaba Angelitos Negros. Mientras 400 mil jóvenes se preparaban para ir a Avándaro a experimentar con sustancias y a escuchar bandas mexicanas con nombres en inglés como: Peace and Love o Threesouls in mymind. El concierto inquietó a las mentes conservadoras del gobierno, y el mayor festival de música de la historia terminó contaminado por la violencia del Estado.
Amor y paz.