Diez voluntarios y un antropólogo en un viaje de 101 días, sin motor, ni electricidad, «ni barcos que la vayan siguiendo, ni vuelta atrás».
El hispano-mexicano Santiago Genovés volaba a Ciudad de México, su hogar desde que tenía 15 años, cuando llegó como refugiado de la Guerra Civil de España.
Había partido de Monterrey, tras asistir a una conferencia sobre la historia de la violencia, cuando de repente un grupo tomó el control del vuelo para exigir la puesta en libertad de unos compañeros.
«Era demasiado bueno para ser cierto. Imagínense la ironía. Yo, un científico que había pasado toda mi carrera estudiando el comportamiento violento, acaba en medio del secuestro de un avión».
«Toda mi vida he querido saber por qué la gente pelea y entender qué es lo que sucede en verdad en nuestras mentes», escribió después el doctor en Antropología graduado la Universidad de Cambridge británica, profesor de la Universidad Autónoma de México y una de las eminencias mundiales en Antropología física.
El secuestro lo inspiró a crear una situación similar, que le sirviera de laboratorio para estudiar el comportamiento humano.
Su experiencia con el renombrado aventurero y etnólogo noruego Thor Heyerdahl un par de años atrás le dio la idea para poner en práctica su plan.
Había colaborado con él en la construcción de botes de juncos de papiro del estilo de los del antiguo Egipto -Ra I y Ra II-, y había formado parte de la tripulación multinacional que cruzó el Atlántico para demostrar que los africanos podrían haber llegado a América antes que Cristóbal Colón.
Durante esos viajes, Genovés aprendió lo que todo marinero sabe: no hay mejor laboratorio para estudiar el comportamiento humano que un grupo flotando en alta mar.
La casa en el agua
Con el mar como el medio aislante perfecto, el antropólogo se puso en la tarea de preparar su experimento, diseñando estrategias para provocar conflicto y herramientas para examinarlo.
«Gracias a pruebas en animales de laboratorio sabemos que la agresión puede desencadenarse poniendo distintos tipos de ratas en un espacio limitado. Quiero averiguar si es igual para los seres humanos».
Mandó a hacer una barca de 12×7 metros con una pequeña vela. La cabina era de 4×3,7 metros de largo, «justo el espacio para el cuerpo de cada uno, acostado. No se puede estar de pie», escribió la Revista de la Universidad de México (1974).
Y tanto la ducha como el inodoro estaban al aire libre a plena vista de sus compañeros de tripulación.
Nombró a la balsa Acali, que en lengua náhuatl significa ‘la casa en el agua’.
En ella se embarcarían 10 personas y él para hacer un viaje que duraría 101 días, sin motor, ni electricidad, «ni barcos que la vayan siguiendo, ni vuelta atrás».
«Diez valientes desconocidos»
Para encontrar a sus conejillos de indias, Genovés publicó un anuncio en varios periódicos internacionales al que cientos de personas respondieron.
Había elegido a 4 hombres y 6 mujeres, solo 4 de ellos solteros y casi todos con hijos, de diferentes nacionalidades, religiones y contextos sociales, seleccionados «para crear tensiones en el grupo».
Entre ellos, la capitana: la sueca Maria Björnstam, de 30 años y soltera, a quien había invitado por ser «la primera mujer del mundo en tener nombramiento de capitán de navío».
No fue la única mujer a la que Genovés le asignó un rol predominante.
Decidió darles los roles importantes, dejando para los hombres las tareas insignificantes.
«Me pregunto si darles el poder a las mujeres llevará a tener menos violencia. O si habrá más».
El 13 de mayo de 1973, la balsa Acali fue arrastrada hacia mar abierto desde de Las Palmas, en las islas Canarias, hasta quedar suelta como una isla flotando perezosamente hacia su destino: la isla mexicana de Cozumel.
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