Todos y todas hemos crecido bajo el mismo paraguas patriarcal y algunas, como mujeres, compartimos el mismo sistema de creencias que nuestros opresores.

Según la Real Academia de la Lengua, deconstruir significa deshacer los elementos que construyen un concepto.

Dicho de otra forma, es desarmar los esquemas mentales aprendidos. Deshabilitar todo eso que a lo largo de la vida ha edificado nuestras ideas y nuestros discursos.

Otra descripción dicta que deconstruir implica cuestionar nuestros rígidos esquemas de creencias y suposiciones.

Una más dice que, implica desintegrar configuraciones predeterminadas.

Bueno, pa fácil, deconstruir es cambiarse el chip. Y vaya chamba esa!

No sé si a otras mujeres les pasa. A mí me sucede seguido. Y es que una vez que hacemos consciencia sobre la violencia que se respira y de la que en otros días ni nos dimos cuenta, percibes al mínimo movimiento todos esos sutiles «violentazos» que nos han rodeado la vida.

Esas macro y micro partículas de violencia siguen ahí, en el aire, suspendidas, atravesadas, nos habitan, las respiramos, las convivimos y hasta las reproducimos como un hábito, en automático, sin darnos cuenta.

El caso es que, una vez que se te abre el tupper de la consciencia, logras identificar la diversidad de formas de violencia que otros días habíamos normalizado y hasta practicado.

Cuando «ya te diste cuenta» no vuelves a ser la misma en ningún espacio. Y así, vamos por ahí tan conscientes, con las gafas de la claridad, sintiéndonos a la vez incómodas como fallas dentro de un sistema.

Ver y pensar distinto a lo prenormado tiene sus ventajas y también sus sorteables desventajas.

Hace unos días mi hijo de 11 me preguntó:  Mami, ¿hay mujeres machistas?

Pensé, ¡ay esos niños y sus preguntas que nomás nos ponen a pensar a las mamás.

¡Y qué bueno que lo hacen!  Sí, ¡que nos pongan a pensar¡

De ahí que estas Letras Sueltas tomaron su lugar ésta semana.

Además del chamaquito preguntón, el fin de semana una de esas charlas de sobremesa sacudió más de uno de mis sentidos al tratar de librar comentarios, burlas y chistecitos sobre «cosas de hombres y cosas de mujeres».

Esas charlas de tertulia, cruzan como ráfagas encima de esas mesas. Y no, no nos damos cuenta.

Le contesté a ese niño preguntón del que les hablé arriba, que todos y todas, hombres y mujeres, somos una manifestación del “machismo” que llevamos dentro.

Algunas, algunos, ya nos dimos cuenta, y está en nosotros y nosotras trabajar en ello y “rehabilitar» nuestro machismo interno.

O es que, ¿sólo a mí me pasa?

Basta con poner más atención a nuestros escenarios habituales.

A esas charlas entre cuates donde, hombres y mujeres, reproducimos inconscientemente esas prácticas e ideas machistas que pasan como «normales».

A veces simples comentarios, disfrazados de bromitas entre amigos, nos ridiculizan, nos dan el papel de rivales o lo más común, de objetos; nos cosifican.

Y nos reímos y nos divertimos por igual dejándolo pasar cual broma.

Y es que en los espacios más inmediatos de la vida y pese a las reivindicaciones históricas y la creciente concientización respecto a «la lacra que es la falocracia», todos y todas lidiamos a nuestro interno en mayor o menor medida.

Nadie se salva, porque todo lo que aprendimos desde la casa, en la calle, en la escuela, entre amigos, tuvo un sesgo sexista que nos decía que las cosas de mujeres estaban aquí y las de hombres estaban allá.

Es una chambota primero «detectar nuestro machismo interior” y segundo, más chamba es ir desaprendiendo lo que dábamos por hecho.

A poco no les han sonado por ahí alguno de estos clásicos: “es que ellas se lo buscan”, “pues quién sabe qué andaba haciendo tan tarde”, “pues para qué se visten así”, “si usan esa ropa es porque quieren que las vean».

O estos: ”soy hombre y por naturaleza se me van los ojos”, «es que no hay quien las atienda”, “por algo es que anda sola”, ”tenía que ser mujer”, «los hombres así son”, «así son las mujeres“, “para qué comprar la vaca si nos dan la leche gratis”, “tratalo(a) mal y verás que ahí lo/la tienes”, “si no hay dama, cómo quieren caballero”, “para qué tienen hijos si no los van a cuidar”…

Y hay muchos más. Seguramente se les vienen a la mente.

Alguno de nosotros, hombres y mujeres por igual, ¿podríamos jurar que no las hemos escuchado sin chistar o hasta reproducido con normalidad?

Se pueden oír tanto en boca de hombres como de mujeres. Nos brota el misogismo sin distinción de género.

Algunos reprochan: «pero no todos» y sí, supongo que habrá sus muy contadas excepciones. Pero seguramente al menos en una ocasión hay caído en estas trampas aún que presuman su «rehabilitación».

Ellos vitoreando sus costumbres y ellas o «sus ellas” echándoles sus porras, aprobando unas contra las otras.

Éstas, son secuelas de nuestra educación y de los productos culturales interiorizados que nos han formado. Y es que aunque hoy lo visivilizamos, seguimos cayendo en alguno de estos baches sin darnos cuenta.

Todos y todas hemos crecido bajo el mismo paraguas patriarcal y algunas, como mujeres, compartimos el mismo sistema de creencias que nuestros opresores.

Ha sido algo normal por años, así que más que «machistas», yo nos llamaría alienadas, o de otra forma, colaboradoras involuntarias de la construcción que ha sido el machismo.

Sin embargo, no depende sólo de nosotras que estas nuevas generaciones de niños y niñas preguntones crezcan sin estereotipos y otro tipo de estigmas de la sociedad cuya paridad de género está rezagada por 80 años, según ONUMujeres.

La antropóloga argentina, Rita Segato, ha hecho varios apuntes sobre la fraternidad masculina, la cofradía o el club de los hombres y sobre la necesidad de titularse. Señala que la masculinidad es sujeta constantemente a pruebas y exámenes.

«Hasta que el hombre no encuentre otra forma de decir que es hombre, será difícil que el mandato de masculinidad se deconstruya«, afirma.

Agrega que las mujeres, en este caso, somos aquello que retroalimenta la hermandad masculina o «el club» de los que conversan de una forma “atroz” sobre el cuerpo de las mujeres.

Y sí, no he visto, al menos entre muchos de mis círculos y escenarios, un sólo barón que frene en seco una charla para decirle a sus pares: «no te expreses así de ellas», «no participo en sus chistes», «a mí no me envíen imágenes o publicidad misogina a mis chats», «para de acosarla», etc.

Es decir, no se les ve tan seguido dejando de justificar el machismo de sus amigos.

Entonces, hay cosas más machistas que “una mujer machista”, pero si no es juntas y juntos, no acabaremos nunca con ellas.

Y sí vamos haciendo equipo.

Y sí hombres y mujeres ya nos vamos dando cuenta.

Y si hacemos un esfuerzo por «rehabilitarnos» del machismo del que nos hemos alimentado. Si lo detectamos pero sobre todo, actuamos.

Yo también me he reído de un chiste o una gracia machista en público sólo por no generar polémica, por no incomodar contestando.

El machismo es como la ignorancia y sólo se sale queriendo.

Laura Martínez Zepeda es comunicóloga, periodista y feminista. Madre de dos. Maquillistas. La encuentras en: https://www.facebook.com/lauramartinezzepeda

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *