Cuando cumplió 24 años de edad le diagnosticaron poliomielitis fulminante, una enfermedad que lo llevó a la muerte en solo una semana.

“Cuando fui joven, yo también sentí la beneficiosa influencia de su ejemplo y, como estudiante, estaba impresionado por la fuerza de su testimonio», afirmó San Juan Pablo II sobre el joven beato y deportista, Pier Giorgio Frassati.

Pier Giorgio nació en Turín, Italia, el 6 de abril de 1901. Creció en el seno de una familia muy rica. Su padre fue el fundador y director del diario La Stampa y su madre una notable pintora que le transmitió la fe.

En su adolescencia cultivó una profunda vida espiritual, se hizo activo miembro de la Acción Católica, el Apostolado de la oración, la Liga Eucarística y la Asociación de jóvenes adoradores universitarios. Decidió estudiar Ingeniería Industrial Mecánica para trabajar cerca de los operarios pobres e ingresó al Politécnico de Turín donde fundó un círculo de jóvenes que buscaban hacer de Cristo el centro de su amistad.

Llevó una vida austera y destinaba a obras de caridad buena parte del dinero que sus padres le daban para sus gastos personales. Su fuerza estaba en la comunión diaria y la frecuente adoración al Santísimo.

Fue deportista, esquiador y montañista. Escaló los Alpes y el Valle de Aosta. Asimismo, nunca perdió la oportunidad de llevar a sus amigos a la Santa Misa, la lectura de las Sagradas Escrituras y el rezo del Santo Rosario.

Cuando cumplió 24 años de edad le diagnosticaron poliomielitis fulminante, una enfermedad que lo llevó a la muerte en solo una semana.

Partió a la casa del Padre el 4 de julio de 1925 y tuvo un multitudinario funeral entre amigos y personas pobres.

San Juan Pablo II lo beatificó en 1990 y destacó que “él proclama, con su ejemplo, que es ‘santa’ la vida que se conduce con el Espíritu Santo, Espíritu de las Bienaventuranzas, y que solo quien se convierte en ‘hombre de las Bienaventuranzas’ logra comunicar a los hermanos el amor y la paz”.

“Repite que vale verdaderamente la pena sacrificar todo para servir al Señor. Testimonia que la santidad es posible para todos y que solo la revolución de la caridad puede encender en el corazón de los hombres la esperanza de un futuro mejor”.

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