El secreto para unas buenas galletas es usar una buena mantequilla, la del rancho de Don Giuseppe Stefanoni, y no esas margarinas vegetales ’ exclamaba mi abuelita Tere.

La vida de mi mamá y mis tías en su ya lejana juventud de los cincuentas del siglo pasado, transcurría entre los estudios de ‘comercio’ en el Colegio Puebla de la 11 poniente y las clases de bordado y cocina con un grupo de amigas, en casa de alguna de ellas, con la tía que había en cada casa familiar que era experta en ambas materias. Pero en el semanal ejercicio de la compra de avíos en los mercados, en la constante observación de las prácticas culinarias que se daban en su propia casa y en la degustación de los platillos por toda la familia, era en donde ellas obtenían los verdaderos conocimientos de la cocina tradicional poblana: esa sapiencia de generaciones, transmitida de madres a hijas.

‘El secreto para unas buenas galletas es usar una buena mantequilla, la del rancho de Don Giuseppe Stefanoni, y no esas margarinas vegetales que ahora se están vendiendo’ exclamaba mi abuelita Tere, que aún recordaba las excursiones a los verdes alfalfares y las comilonas de pasta en Chipilo, a la que iba toda su familia.

Muy atentas, mi madre y sus hermanas amasaban siguiendo la receta, anotada en los recetarios manuscritos con letra muy menudita: ‘Harina Flor, mantequilla y huevos de rancho, azúcar de primera…..’ Lo leían muy atentas, a la par que encendían el nuevo horno de gas, que había comprado el abuelo recientemente y que sustituía al fogón y al horno de leña, que aún permanecía mustio en el rincón de la cocina.

Las rosquitas resultantes de esa antigua receta, las venderían las tres jovencitas en la recién inaugurada cafetería de ‘La Clínica del Paseo’ en la esquina de la 13 sur y 3 poniente, cuya clientela en aumento, no sólo congregaba a los médicos que ahí laboraban, sino a los familiares y pacientes que visitaban los consultorios y a las personas que caminaban del Centro de la Ciudad a los nuevos edificios de oficinas, que se estaban construyendo en la ‘Avenida de La Paz’, hoy Avenida Juárez. Muchos años después supimos que gracias a esas entregas semanales de galletas – que con el tiempo se llamaron Priesquitas en honor al apellido familiar – mis padres se conocieron.

Lo verdaderamente interesante es que ahora sabemos perfectamente que mi abuela tenía razón: debemos usar mantequilla en vez de fomentar el uso de las margarinas vegetales, que se usan actualmente en toda la bollería comercial en México, no sólo porque son pésimas para la salud humana, pues sus grasas trans son responsables directas de afectaciones cardiacas en la población, sino porque además provienen en su mayoría de aceite de palma, cuyo cultivo es el principal responsable de la aniquilación masiva de selvas, en la Amazonía y en el sudeste asiático.
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#tipdeldia: tratemos – en la medida de lo posible – consumir mantequilla en lugar de grasas hidrogenadas sucedáneas del producto; todavía es posible adquirir mantequilla artesanal, envuelta en hojas de totomoxtle, proveniente de rancherías cercanas en mercados alternativos o directamente en Chipilo,Puebla.

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