Salimos a tomar la calle y al mismo tiempo paramos, “desapareceremos” como una forma de protestar contra la indolencia, la impunidad, la omisión.
Este domingo, 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, nos apropiaremos del espacio público, la calle. La haremos nuestra.
Reclamaremos marchando, gritando, bailando, sonriéndonos, juntas, haciéndonos saber una a la otra que no, no estamos solas, nos tenemos a nosotras.
Las mujeres marchamos el 8 de marzo y paramos el 9 como una forma simbólica para denunciar y visibilizar las múltiples formas de violencia y explotación que prevalecen sobre las mujeres: trabajo doméstico, las tareas de cuidados, la brecha salarial, violación, tortura, desaparición y el último eslabón de ésta cadena sistemática contra nosotras: el feminicidio, la cara más brutal de la violencia machista.
Salimos a las calles, las tomamos.
Porque marchar nos sensibiliza, nos hace presentes, nos hace evidentes.
Quizá te puedas sentir ajena, con pena, con duda, pero la marcha es de todas. Es nuestra.
Marchamos porque estamos hasta el gorro de las violencias que nos atraviesan.
Salimos a tomar la calle y al mismo tiempo paramos, “desapareceremos” como una forma de protestar contra la indolencia, la impunidad, la omisión, la pasividad, la indiferencia, la burla de un Estado que no voltea hacia nosotras, no nos ve.
Las mujeres permanecemos en una situación de emergencia en nuestras propias esferas: en nuestras relaciones afectivas, nuestras familias, en las calles, las escuelas, frente a las autoridades.
Marchamos contra los patéticos discursos de una autoridad timorata y contra el egocentrismo machista que se aferra a someter nuestra voz, presencia, nuestra rabia, nuestro hartazgo. Que nos arrebata la vida.
Paramos para nuestro silencio cimbre todos nuestros escenarios: las casas, las calles, los trabajos, las escuelas.
Nos replegamos las mujeres en un acto de unión y sororidad. Haremos un vacío para visibilizar que no se trata de una persona, de un movimiento, se trata de una realidad social que hoy nos mantiene a las mujeres en un estado extremo, vulnerable, con miedo, en peligro, en guerra.
El pasado 2019 cerró como el año más mortífero para las mujeres en México.
Desaparecen 10 mujeres al día y el 66% de las mexicanas hemos sufrido algún episodio de violencia a lo largo de nuestra vida. En Puebla, tan sólo un bimestre de éste 2020 ya suma 33 feminicidios. ¿Y no te parece grave? ¿Por? ¿Porque nada de eso te ha pasado a ti?
Hoy me da pena decirlo pero si te sirve de consuelo, algún tiempo yo también te di la espalda.
Muchos años habité éste cuerpo medio dormida, autómata, irreflexiva.
Incapaz de ver lo obvio.
No vi que fui yo, durante muchos años, esa amiga que jamás de daba cuenta.
No vi en mi propia casa las violencias cotidianas.
Naturalicé maltratos invisibles, los gritos y los jaloneos, la humillación, el acoso, la violencia económica y psicológica.
Desestimé con un “es normal” y a alguna mujer de mi entorno le dije “ya, no exageres”
Normalicé la humillación, la manipulación y el asilamiento.
Vi siempre a mi madre, a mis abuelas, tías, primas, a todas las mujeres a mi alrededor dejar su cuerpo en sudor y lágrimas por los cuidados del hogar y de los “otros”.
Crecí rodeada de micro y macro violencias, de abusos, de acoso escolar y callejero y muchas voces a mi alrededor me convencieron de que esas cosas siempre pasan, “ya sabes cómo son” “ya ves cómo se ponen” “mejor no digas nada” “ya déjalo así” “para qué le mueves” “ luego te va peor” “tú te lo buscaste”
Hace algunos años yo tampoco me nombraba feminista pero poco a poco ese camino me enseñó a verme y a ver en mí a todas las demás. Me regaló EMPATÍA.
Supe tenía una voz, que yo era propia, que soy mía. Las vi a ellas, a las otras, a ti, a las tuyas.
Entendí que todas las mujeres no son yo, que no todo giraba en torno a mí, que más allá de mi nariz hay otra mujer, que habita, siente, sufre, lucha diferente a mí, pero es igual de valiosa que yo.
Y desde entonces escribo sin parar sobre todo lo que pude hacer conciente.
Sobre las violencias me atravesaron y no vi.
Desde entonces, verbalizo, denuncio, señalo, hasta odiosa me volví.
A través del feminismo descubrí la energía emocionante que me aportan todas las demás.
La lucha de las mujeres me contagió y pude ver ahí simbólicamente a todas las mujeres de mi vida.
Mi primera marcha fue justo un 8 de marzo, hace ya 4 años.
También tuve pánico escénico. Mi primera vez sentí un poco de pena, pero le tomé la mano a una comadre y desde ese día marchamos, gritamos fuerte y juntas por mí, por ella, por todas.
La marcha era lo más cerca que había estado de un “yo sí te creo” “no estás exagerando” “te entiendo” “me duelo y siento contigo”
Entre mujeres sentí refugio.
Vi la lucha y el dolor de aquellas madres que ya no tienen a sus hijas, el eco de las voces que apagó el feminicidio, los rostros de las desaparecidas.
La segunda vez marché junto a mi hija y con carteles, ambas, pedimos de ese día un mundo mejor para las niñas, para todas las mujeres. Marcho con ella, porque no quiero nunca marchar por ella.
Marchamos por nuevos sentidos comunes: a las mujeres no se les acosa, no se les viola, no se les pega, no se legisla sobre sus cuerpos, no se les mata por ser mujeres.
Marchamos el 8 de marzo y paramos el 9, para denunciar, para visibilizar que nos violentan, que todos los días nos matan, que seguimos en peligro.
Por eso, súmate a la marcha por que la causa también es tuya.
Seas feminista o no, ven, del color que quieras, no “tienes que” destruir nada, o sí, tu apatía, tu indiferencia, tu comodidad.
Ven por las que ayer gritaron y hoy ya no pueden, por esa amiga que ha sufrido, por la que le da miedo salir a la calle, por las ancianas, jóvenes y por nuestras niñas.
Juntas, salgamos a manifestar nuestra dignidad y nuestro hartazgo. Si es tu primera vez, bienvenida, nos hacía falta tu voz.