Abortar nunca es algo agradable, insisten los testimonios. Duele, rompe, pesa, persigue.

Historias sobre aborto hay muchas. Y no contadas.

Se sorprenderían de saber que entre sus mujeres, las más cercanas, más de una levantaría la mano si tuviera un espacio seguro para contar la suya.

Son más de las que imaginas. Todas comunes y corrientes, como tú y yo. Tan normales que no lo adivinas.

Mujeres a cualquier edad y de todos los estratos sociales.

De un puñado de diez, unas siete mujeres en tu círculo cercano han recurrido a la interrupción de un embarazo no deseado. Que no lo sepas no significa que no suceda.

Pasa que desde el prejuicio, la criminalización, la carga «del pecado», los lastres ideológicos, la desinformación, el estigma y la opinion que nadie nunca te pide sobre las demás, no van ellas por ahí pregonando esa noticia.

Las puedes ver en todos lados. Puede ser cualquiera cerca. En el super, tu vecina, tu compañera en el trabajo, de tus primas la más callada, tu sobrina la que aún ni los 15 cumple

Sí, cualquiera. Tu compañera en la secu, aquella vez en la escuela de monjas a los 16 años, el día que se fue «de pinta» con su uniforme de gala y su novio que ya rayaba los 34 años le pidió «deshacerse» de ese «problema» porque él estaba casado.

Cualquiera.

Mujeres de carne y hueso, senti pensantes y sin ojos extra.

Son las malas de ese cuento donde abortar las rotula socialmente como irresponsables, calenturientas, pirujas, golfas y asesinas.

La mayoría de su historias destacan que lo traumático no ha sido abortar, sino estar embarazada sin desearlo.

Casi todas narran lo doloroso que es sentirte juzgada, cuestionada, señalada, estigmatizadas, condenadas y pensar que hasta pudieran ser procesadas.

Cuentan que lo duro es no poder confiarlo, la búsqueda de ayuda en soledad, la sosobra de la clandestinidad. El miedo, la culpa, la invasión al cuerpo, el arriesgar la vida porque siempre hay algo que puede salir mal.

Desgarrador es por dentro, también lo es el juicio por fuera.

Abortar nunca es algo agradable, insisten los testimonios.

Duele, rompe, pesa, persigue.

Nadie mejor que la que aborta sabe lo que es atravesar la tormenta.

Ellas sólo coinciden en que con seguridad tomaron la mejor decisión para ambas vidas. Las mujeres sabemos cuando no es momento para ser madres.

Del juicio de afuera y del propio nadie se libra nunca, dicen.

Crecimos muchas entre santos y crucifijos.

A cuesta la cruz, el infierno, la condena y purgatorio. Y el aborto como destierro.

Días después de abortar, busqué consuelo en la iglesia católica a la que acudía. Me confesé y el sacerdote hizo un silencio incómodo y largo. Pensé lo peor, me cuenta Lupita.

El sacerdote me dijo: sabes que eso es pecado mortal y lo que mereces es la excomulgación inmediata porque para eso no hay perdón.

Y el frío recorrió mi cuerpo. Me había metido en doble problema.

Como en un calvario y bajo la burocracia de aquella iglesia debía pedir audiencia y exponee mi caso como llevada a juicio antes de tocar las llamas en el infierno.

El sacerdote me dijo que me tenía que casar para que dios me pudiera volver a aceptar. Yo salí corriendo.

Recuerda Lupita que en ese momento dios fue peor de lo que le habían pintado al diablo.

Sólo ella supo del vacío de ese después.

Muchas mujeres, muchas Lupitas, de todos los nombres han decidido y deciden a diario interrumpir embarazos en clandestinidad.

Hablar de aborto sigue siendo un tabú.

Con ley o sin ley, con tu permiso o sin él, con todo y la penalización social, religiosa y moral, las mujeres abortan igual y lo seguirán haciendo porque históricamente lo han hecho.

Algunas porque son niñas y una violación las colocó en ese terrible momento, otras porque los métodos de anticoncepción fallan, otras como Lupita, porque pese a tener un matrimonio y un bebé en casa, las condiciones económicas de ese momento alertaban
sobre un futuro próximo muy desalentador.

Razones hay muchas. Todas válidas, dice Lupita.

«Porque sólo la que gesta sabe lo que vendrá, el infierno que habita y que no desea para nadie más»… porque no salvas una vida sólo dejándola nacer.

*testimonio bajo nombre ficticio.

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