En general, cuanto más violento es el mecanismo por el que se produce, las gotas suelen ser más grandes; cuanto menos, suelen ser más finas.

En la etapa más cruda del confinamiento, cuando solo estaba permitido salir de casa para ir al supermercado, un señor que esperaba su turno en la pescadería soltó uno de esos estornudos sonoros y enérgicos, acompañado de un atronador “¡ah cháaaaa!”, que posiblemente hizo saltar las sardinas de su cajón y se escuchó hasta en el aparcamiento. La actividad se detuvo; el cliente que estaba cogiendo yogures se quedó unos segundos petrificado, aterrado y sorprendido. No estoy seguro, pero creo que se interrumpió el hilo musical. Hubo miradas de espanto, se volvieron cabezas, pues había que comprobar si aquel audaz caballero llevaba mascarilla en el momento del brutal espasmo. ¿Cómo era posible semejante transgresión en plena crisis del coronavirus? Estornudar en público, lo mismo que toser, nos parecía tan osado como encender una cerilla junto a un bidón de gasolina.

En esos días en que el mundo se reducía a nuestra casa y la oficina (si no se teletrabajaba) no se nos ocurrían otras formas de posible propagación aérea. Pero desde que hemos salido, y sobre todo, cuando ha llegado el verano, con su algarabía social, nos hemos dado cuenta de que no son las únicas. Frecuentar terrazas concurridas, bares con música, piscinas donde hay niños e incluso playas con oleaje obliga a elevar el tono de voz cuando hablamos. ¿Y si hablar alto, con la consiguiente emisión de lo que algunos llaman perdigones, contribuye a que se expanda el coronavirus? ¿Y si nos ponermos a cantar el estribillo de Tusa mientras apuramos el gin-tonic estamos expulsando por la boca algo más que notas desafinadas?

Cuestión de gotas, gotitas y aerosoles

El aparato respiratorio está recubierto de una superficie húmeda que sirve para proteger las paredes. “En la boca, esa superficie es la saliva; en la nariz, es el moco; en la faringe se juntan saliva y moco, y hacia abajo sigue siendo moco”, detalla Pablo Parente, otorrinolaringólogo y coordinador del Comité Covid de la Sociedad Española de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello. Los fenómenos físicos que facilitan el paso del aire a distintas velocidades sobre estas superficies provocan que gotitas de diferentes tamaños se formen y viajen a través de dicho aire. Unas son más grandes y gruesas; otras, muy pequeñas, se denominan aerosol. “En general, cuanto más violento es el mecanismo por el que se produce, las gotas suelen ser más grandes; cuanto menos, suelen ser más finas. Siempre hay de los dos tipos, pero exhalamos más de un tipo que de otro en función de la potencia”, añade el experto.

Esa gama de mecanismos va desde la respiración, el hablar bajo, hablar a un volumen medio y hablar alto a gritar, cantar, toser y estornudar… “Cuando hablamos, las cuerdas vocales vibran, y es dicha vibración, que produce el sonido, la que provoca un aumento de la exhalación de esas partículas. Cuando tosemos, se cierran las cuerdas vocales, se aumenta la presión bajo ellas y a continuación se abren con violencia; eso genera un flujo mayor y más veloz de gotitas”, explica Parente. En la persona infectada, esas gotas llevan el coronavirus.

El virus solo permanece tres horas en forma de aerosol, según una investigación reciente

Las gotitas gruesas y el aerosol se comportan de manera distinta una vez que salen de nuestro organismo. “Cuando estornudamos, las gotas, más grandes y que van a mayor velocidad, caen al suelo hasta a ocho metros de distancia. Cuando tosemos, van a mitad de velocidad y caen a una distancia de unos cuatro metros”, describe el otorrino. Al hablar, como lo hacemos con menos fuerza, estas gotas grandes caen más cerca, “a un metro y medio o dos metros” (lo que se ha establecido como distancia social).

Eso en cuanto a las gotas gruesas; pero al hablar lo que se genera sobre todo son aerosoles, partículas que, por su reducido tamaño —menos de cinco micras—, apenas se ven afectadas por la gravedad, por lo que quedan suspendidas en el aire. Esto no quiere decir que sean peores que las gruesas. “Al ser más pequeñas, se evapora el agua que rodea el virus, y por así decirlo, este ‘se muere’ con más facilidad”, señala el experto. De ahí que en suspensión, el virus pueda permanecer en el aersol un máximo de tres horas, como afirmó el pasado abril un estudio publicado en The New England Journal of Medicine; sobre todo en sitios cerrados con una pobre circulación de aire. Mientras que las gotas gruesas que caen sobre una superficie se mantienen en esta hasta 72 horas.

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