Todas las personas requerirán atención psicoemocional. En específico, aquellas que se encuentran al frente de la emergencia sanitaria, señalan.
Conforme nos acercamos al medio año de confinamiento por la pandemia del nuevo coronavirus, las acciones para la contención de sus efectos son cada vez más cuestionadas. No obstante, la salud mental continúa como el elefante en la habitación del que nadie quiere hacerse cargo.
No es para menos. Como sociedades, no hemos sido formados en la inteligencia emocional propia y mucho menos ajena. Los mecanismos de control de crisis se reducen a la contención primaria de los padecimientos. Es el trabajo permanente en las sensibilidades lo que brilla por su ausencia en las discusiones académicas, sanitarias, mediáticas, gubernamentales y empresariales.
Entre las principales afectaciones a la estabilidad psicoemocional, la ansiedad es la que más ha predominado en la covidianidad. Como explica la Dra. Guadalupe Chávez Ortiz, directora del Departamento de Ciencias de la Salud de la IBERO Puebla, la incertidumbre y el miedo hacen que la ansiedad aparezca, pues está vinculada a todas las emociones del futuro.
Esta afectación no es fortuita, pues está condicionada por una realidad en la que mucha gente se está quedando sin trabajo y donde los seres amados están falleciendo. A esto se suma la alta inestabilidad económica a nivel global, así como múltiples violencias en la vida pública y privada.
Para la Dra. Ericka Escalante Izeta, coordinadora de la Maestría en Desarrollo Humano de la IBERO Puebla, el escenario pandémico es más parecido a un trauma: un acontecimiento que sucede cuando cosas que no esperábamos llegan a nuestra vida. Se dice que estamos viviendo una crisis traumática producto de los meses en el encierro y la suspensión de la vida como la conocíamos.
Consecuentemente, el efecto traumático produce secuelas en el cuerpo. “Cuando vivimos este acontecimiento que nos impacta psicológicamente tenemos manifestaciones físicas o somáticas, como el dolor muscular producto de la tensión, enfermedades gastrointestinales e insomnio”.
Escalante Izeta reconoce que las primeras semanas de confinamiento fueron el periodo más crítico, pues en él las personas comenzaron a adoptar nuevos ritmos de vida. El diferenciador se encuentra en la resiliencia para ejercer el diario vivir con base en las circunstancias.
Parte del efecto traumático ha sido la ausencia del contacto físico. Latinoamérica posee una cultura ancestral altamente física: al tocarnos, nos reconocemos unos a otros. “Desde que nacemos, estamos acostumbrados a la caricia y al abrazo”. Nuestro cuerpo está hecho para dar y recibir afecto a través del contacto, por lo que su supresión tajante potencia los desequilibrios emocionales.
“A nivel social tendremos que reestructurarnos, pues estamos viviendo un proceso de duelo colectivo: perdimos nuestra libertad y estamos renegociando qué vamos a hacer cuando regresemos a nuestros espacios de trabajo”: Dra. Guadalupe Chávez.
Esta condición de interactuar a través de cámaras y micrófonos de baja fidelidad ha impactado en la experiencia de encontrarnos con el otro. Incluso el personal de salud emocional ha recurrido a estos medios para prestar sus servicios, pues, como refrenda Chávez Ortiz, “es importante que la persona se sienta acompañada ante situaciones personales y sociales”.
Las terapias a distancia operan bajo la misma máxima de la presencialidad: en la medida en la que externamos nuestras emociones podemos trasladar las situaciones desde la racionalidad hacia lo emocional, lo cual permite encontrar respuesta a las preguntas que nos hacemos.
Así lo ha hecho el Servicio de Orientación, Psicoterapia y Aprendizaje Significativo (OPTA) de la IBERO Puebla, espacio que ha trasladado sus labores de acompañamiento a la virtualidad con el fin de dar continuidad a los tratamientos y despejar inhibiciones propias del encuentro cara a cara. No obstante, admite la Dra. Guadalupe Chávez, los retos principales se encuentran en la accesibilidad y la garantía de privacidad espacial.
Acciones concretas
Durante el confinamiento, la salud mental no ha sido vista como una prioridad. “Se está dando atención para subsanar durante la contingencia, es importante que las autoridades e instituciones públicas y privadas piensen en un proceso de atención a nivel emocional”, recalca la directora.
Todas las personas requerirán atención psicoemocional. En específico, aquellas que se encuentran al frente de la emergencia sanitaria; quienes han perdido a seres queridos; los que han perdido sus empleos, y quienes han experimentado violencias. Por ello, señala la experta, urge contar con programas de salud mental en las instituciones laborales y educativas.
En paralelo, sugiere el ejercicio de acompañamiento colectivo como una vía de catarsis que es responsabilidad de la sociedad en su conjunto. “Los grupos de encuentro para compartir cómo hemos vivido la pandemia son importantes para que las personas se escuchen unas a otras y puedan trabajar, desde lo colectivo, sus propios procesos”.
El autoconocimiento es igualmente vital para el proceso de sanación. Si bien nuestra resiliencia se basa en la capacidad de conocernos a nosotros mismos, estamos ante un caso excepcional de trauma colectivo. “Cuando hay situaciones que otras personas ya han vivido se puede aprender de ese ejemplo. Aquí, todos hemos tenido que aprender qué hacer de manera individual y colectiva”, expresa la Dra. Ericka Escalante.
Por ello, la académica recomienda el monitoreo permanente de las emociones. Cuando una condición negativa de cualquier tipo (ansiedad, depresión, aislamiento emocional, enojo, autolesiones, insomnio) prevalece más de dos semanas es pertinente acudir a un especialista.
Normalidad nueva
Escalante Izeta admite que el miedo prolongado puede provocar que, cuando regresemos plenamente a la vida pública, observemos sociedades más violentas. Esto se ve reflejado en las agresiones al personal médico o los estigmas contra las personas que contrajeron la COVID-19. “Muchas de estas conductas pueden ser inconscientes, pues tienen que ver con los mecanismos de defensa de cada persona”, aclara.
El temor está presente en la calle, pues llevamos meses existiendo en él. Por ello, la escucha activa jugará un papel clave en el proceso de sanación de las crisis emocionales. Esta actividad, evalúa Guadalupe Chávez, deberá llevarse a cabo en centro de trabajo, escuelas y espacios públicos.
“Tenemos que pensar nuevas maneras de comunidad, apoyo empático e inteligencia colectiva”, dice. Si bien la orientación de las personas expertas será indispensable, la apertura hacia el diálogo es responsabilidad de todas y todos. La salud mental es un asunto público que ha de ser parte del quehacer ciudadano en el camino hacia una normalidad nueva más sana, segura y corresponsable.