“Yo también sufrí hostigamiento vecinal: los del condominio no querían que me visitara ningún doctor por riesgo a que los contagiaran”.
Octavio pensaba que volvería a su rutina laboral en cuanto se recuperara del covid-19, pero en su trabajo se enteraron de que estuvo enfermo y todavía ahora, después de dos meses de haber dejado el hospital, lo tratan como apestado.
“La mayoría me ha estado dando la vuelta”, me dijo Octavio por teléfono, desde su casa en Guadalajara. “Cuando paso a su lado, hacen como si estuvieran hablando por el celular, hacen como si fueran hacia otro lado, hacen como si no me vieran. Ahorita me duele más el rechazo de la gente que la tos que me quedó”.
Octavio cree que sus jefes le han quitado funciones no porque estén preocupados por su salud. “Yo creo que lo que buscan es correrme por haberme contagiado”.
Le digo a Octavio que, desafortunadamente, no es el único discriminado en esta historia. Le cuento que en la versión pública de las 436 quejas que ha recibido el Conapred desde que oficialmente empezó la pandemia, hay varias relacionadas con la discriminación que ha sufrido gente que enfermó del covid-19.
Entonces le digo, por ejemplo, que el pasado 1 de octubre, en algún lugar de Veracruz, un hombre acudió al centro de salud de la comunidad para que auscultaran a su hijo de un mes de nacido. Cuando el hombre avisó que su esposa había muerto días antes por covid-19, el personal médico decidió atender al bebé en la calle.
Le digo que dos días antes, el 29 de septiembre, en Morelos, un joven fue despedido de su empresa apenas les avisó a los jefes que el resultado de la prueba había salido positivo.
Le digo que el 31 de agosto, en Jalisco, una paciente que había cumplido con la cuarentena obligatoria demandó a su nutrióloga porque ésta se negó a atenderla.
Le digo que el 19 de agosto, en el Estado de México, un hombre que había sobrevivido a las sacudidas del coronavirus no pudo reincorporase a su trabajo porque le pidieron entregar otro resultado negativo, diferente al que le habían expedido en el gobierno.
Le digo que un día antes, y de nueva cuenta en Veracruz, una mujer fue echada de su comunidad. Todo porque dos trabajadores del sector salud divulgaron que la mujer estaba contagiada y que su madre había muerto por coronavirus.
Y le digo que el 31 de julio, en Ciudad de México, otro hombre que se contagió y que cumplió con el aislamiento domiciliario, regresó a su empleo, su jefe le dijo que su desempeño no era el óptimo y lo mandó al área de recursos humanos sin darle mayor explicación.
La anterior historia le suena conocida a Octavio. Pero es la del 24 de julio, allá en Jalisco, la que le parece más familiar: una mujer sufrió insultos, amenazas y burlas después de que en las redes sociales se divulgara su condición de salud.
“Yo también sufrí hostigamiento vecinal: los del condominio no querían que me visitara ningún doctor por riesgo a que los contagiaran”.