La realidad te golpea cuando regresas a casa y te topas con la ausencia, tan dura, que no la puedes negar y entonces el dolor intenso te invade por completo. 

En éstos tiempos tan complicados de pandemia, todos hemos perdido algo pero es una experiencia tan dura en todos los sentidos, que a menudo pensamos que estamos volviéndolos locos por decir lo menos.

Si hay una forma de definir el duelo, tendría que parafrasear a mi estimado amigo, el Dr. Montoya cuando dice que en el duelo, toda la vida en su conjunto duele, porque duele el pasado a través de los recuerdos, duele el presente por la ausencia, duele el futuro porque ya no estará en él, duele el dolor de otros, duele incluso la felicidad de otros, duele el cuerpo, duele el alma, toda la vida en su conjunto, duele.

El proceso de duelo es la lucha entre una parte de mí que entiende que la pérdida ocurrió y otra parte que no lo logra asimilar y es tan doloroso porque es una lucha a muerte entre ambas partes hasta que logro adaptarnos a la nueva realidad.

Al principio, estás tan aturdido que no sientes nada, no sientes frío, calor, hambre o sueño, sólo sientes una profunda confusión que transcurre mientas esperas la llegada de los servicios funerarios o acabas de recibir la llamada del hospital, diciéndote que debes presentarte porque tu ser querido falleció, te parece que el tiempo se detiene y todo parece muy lejano, sabes que estás vivo pero simplemente no sientes nada y funcionas en automático, sin saber siquiera cómo te trasladaste al hospital o quién llamó a los servicios funerarios si ocurrió en casa.

No sabes cómo reaccionar y todo comienza a verse como un sueño, después del miedo, la angustia y la espera, todo se queda en un profundo silencio, que no es perturbado ni por los ruidos del exterior. Entonces siguen los ritos funerarios que en estos tiempos se ven limitados por el aforo reducido y al final da igual porque serán momentos borrosos, en los que puedes fluctuar entre la incredulidad y el dolor de saber que tu ser querido ya no estará. La gente te llena de atención pero aún no asimilas lo que está ocurriendo, pues el dolor es tan grande que sencillamente no sientes nada.

La realidad te golpea cuando regresas a casa y te topas con la ausencia, tan dura, que no la puedes negar y entonces el dolor intenso te invade por completo. Es una etapa que puede fluctuar entre el enojo a todos y a todo o la tristeza absoluta, sientes desgano en cada tarea cotidiana que te parece, carece de importancia y decides dejar de hacer muchas de ellas, pues el dolor es tan profundo que te quita por completo la energía y es válido que te des permiso de no estar bien, de ausentarte de todo y de todos. No tiene que ver con ellos, tiene que ver contigo, que estás roto por dentro y tienes que reconstruirte y no es una tarea sencilla porque todo tu mundo cambió, todo lo que conocías es distinto, sientes que el mundo se ha vuelto caótico e inseguro pero cuando más profundamente caes en la tristeza, encuentras la realidad del duelo: tu ser querido no se fue, vive en ti.

En ése momento te haces consciente de su legado, puedes ver todo lo que aún permanece en ti, como lo son sus recuerdos, sus enseñanzas y su historia que se entrelaza con la tuya. Es momento de recolocarlo en tu corazón y por fin ésa pelea a muerte, tiene un ganador: la parte que se adapta a la nueva realidad. Por fin puedes ver con claridad que ya no estará físicamente pero seguirá viviendo en ti y aprendes a darle un lugar en tu nueva realidad, aprendes a funcionar nuevamente, como si fueras un jarrón restaurado con la técnica japonesa llamada Kintsukuroi, o “reparación con oro” que consiste en hacer énfasis en las fracturas de una pieza, rellenándolas con oro, en vez de ocultarlas, lo que la hace más valiosa y eso sucede cuando vuelves a unir tus partes, adquieres mayor valor porque eres más consciente de tu propia fortaleza, porque te haces más empático, porque has superado el dolor, porque ése oro que está uniendo tus pedazos, es el legado de tu ser querido, su memoria.

Aprendes entonces que puedes recurrir a sus recuerdos cuando lo requieras, con la enorme diferencia que ya no debes atravesar el dolor para llegar a ellos, pues ya eres capaz de recordarlo tan solo con amor. La nostalgia te visita a veces, cada vez con menos frecuencia pero ya no la dejas esperando en la puerta, eres capaz de abrirle e invitarla a entrar, pues sabes que tiene un motivo para estar allí y una vez que se marcha, puedes seguir con tu vida, pues ya no te deja tan aturdido como lo hacía las primeras veces, porque ahora ya no estás en eso que parecía una noche eterna, ahora tienes también días soleados que puedes disfrutar, porque por fin la vida vuelve a tener sentido.

Espero que lo anterior nos ayude a entender a quienes están atravesando por un duelo y sus necesidades de estar a solas a veces.

¡Hasta pronto! Nos leeremos nuevamente desde el diván.

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