“Puedes dispararme con tus palabras, / puedes herirme con tus ojos, / puedes matarme con tu odio, / y aun así, como el aire, me levanto.”
¿Quién no se ha percatado de que las agresiones hacia mujeres que ocupan puestos de poder se multiplican?
Todos hemos escuchado u observado los más graves adjetivos de desprecio en contra de mujeres que se alzaron contra el patriarcado para no ser subordinadas, sino líderes, dirigentes de gobiernos, movimientos sociales, grupos sindicales, equipos de producción, deportivos o de otras disciplinas.
Se han menospreciado los talentos de estas mujeres para reducirlas a objetos de placer. De ellas se dice que, seguramente, llegaron a esa cima porque se acostaron con alguien o porque son manipuladas por alguien; y ese alguien es, claro, un hombre. Como si el cuerpo femenino fuera moneda de cambio y debiéramos tener un hombre detrás para que nos diga siempre qué hacer.
Pero el cuestionamiento a las mujeres por su forma de dirigir una empresa, de gobernar o de llevar las riendas de un hogar (en el caso de las madres solteras) se basa sólo en un concepto histórico, pues ser gobernados o liderados por hombres ha sido “el estado natural de las cosas”.
En efecto, las mujeres que logran emanciparse siguen sufriendo el menoscabo de su honor. La opinión pública se encarniza con ellas, y no solo hablo de medios de comunicación, sino del vox populi que se ensaña y descalifica a las mujeres que salimos a trabajar a la par de los hombres, a buscar lo mismo que ellos: respeto, reconocimiento, dinero.
La discriminación y violencia son todavía más constantes hacia las mujeres que participan en la vida pública, la política. Esto alborota los ánimos de una sociedad que “no se siente preparada” para ser gobernada o dirigida por mujeres.
Para evitar que sigamos avanzando en cualquiera de nuestras posiciones, recurren a dañar nuestra imagen con injurias y calumnias, que actualmente encuentran su mejor eco en las redes sociales, donde, gracias al anonimato, se comenten los más bajos crímenes contra el honor de una persona.
Por todo esto, la libertad de expresión y el derecho al honor se encuentran en la arena del debate público de manera constante. Sobre todo, cuando los titulares incluyen descalificaciones con nombre y apellido, convirtiendo lo privando en público, pero a través de una verdad subjetiva y no de un periodismo responsable.
Lo cierto es que las mujeres en los puestos de poder son más cuestionadas y fiscalizadas que los hombres, como si el ser varón diera garantía de buenos resultados para llevar las riendas de una ciudad, de una empresa o de un hogar.
La participación política, empresarial y social de las mujeres hoy es un derecho, no una concesión, pero en pleno siglo XXI debemos continuar la insurrección para dejar de mendigar por una vida libre de violencia, por nuestra participación política o nuestros derechos sexuales y reproductivos.
Las mujeres no solo nacimos para parir. No somos el suéter con el que se le reserva la silla al hombre en el espacio público. Las mujeres debemos avanzar, no detenernos pese a que nuestro honor parezca mancillado con injurias y calumnias.
Seamos aire, como dice la poeta Maya Angelou: “Puedes dispararme con tus palabras, / puedes herirme con tus ojos, / puedes matarme con tu odio, / y aun así, como el aire, me levanto.”