En un ambiente crispado de anticomunismo tuvo lugar este movimiento que otorgó plena autonomía a la Institución, señala Jesús Márquez
Hace 60 años, un 17 de abril, un contingente de estudiantes se manifestó en el zócalo capitalino en apoyo a Cuba, luego de la invasión estadounidense a Bahía de Cochinos. Aunque reducida en sus orígenes, pues eran cerca de una veintena de jóvenes, esta movilización fue el inicio de una prolongada lucha de grupos antagónicos que se disputaron el control de la Universidad y sus proyectos.
Los frutos de esta lucha se plasmaron en una nueva Ley Orgánica aprobada por el Congreso local en 1963 (https://bit.ly/3goMS6g), que definió un rumbo para la Institución: autonomía para organizar su propio gobierno y entre sus tareas, además de la docencia, se estableció la investigación científica y humanística orientada a los problemas sociales del estado y el país.
De acuerdo con el historiador, Jesús Márquez, aunque esta lucha tuvo demandas estudiantiles, no fue un movimiento estudiantil, sino universitario y social, pues involucró a grandes sectores de la población: el 4 de junio la jerarquía católica pudo congregar en contra de los “comunistas” a más de 100 mil fieles, procedentes del interior del estado, la ciudad y la República Mexicana.
“Hay distintos momentos de Reforma Universitaria. El movimiento de 1961 lo hegemonizaron los liberales, va de 1958 a 1965. En este lapso, 1961 es un año clave porque se da el enfrentamiento entre conservadores y liberales. Si bien este periodo se enmarca en el contexto de la Guerra Fría (la lucha entre los bloques comunista y capitalista) y los estudiantes simpatizan con la Revolución cubana, no podemos hablar de que eran comunistas: más bien liberales y en ellos cabían masones, protestantes, socialistas, comunistas, en contra de la Universidad tradicional conservadora, consolidada en los años veinte del siglo pasado”.
El movimiento de Reforma Universitaria que inició en 1961 y culminó en 1963 dio pie a una modernización política y de la enseñanza de las ciencias sociales y las humanidades; así también a una institución más comprometida con la sociedad y sus problemas. Sobre la base de otorgarle plena autonomía, la Universidad Autónoma de Puebla se inscribiría en el pensamiento crítico, y los principios de libertad de cátedra y de investigación adquirirían nuevos rumbos, refiere el investigador.