Al comenzar otro ciclo de actividad solar de 11 años, los científicos debaten cuán violento puede ser nuestro amigo estelar.

La gran noticia sobre el sol es que no hay grandes novedades. A los astrónomos les gusta decir que es una bendición vivir junto a una “estrella aburrida”.

Pero los habitantes (si los hay) de los planetas que orbitan alrededor de la estrella vecina Próxima Centauri, a solo 4,2 años luz de distancia, son menos afortunados. En abril, los astrónomos anunciaron que una llamarada masiva había estallado desde su superficie en 2019. Durante siete segundos, mientras una legión de telescopios en la Tierra y en el espacio observaban, la pequeña estrella aumentó sus emisiones de radiación ultravioleta unas 14.000 veces, protagonizando una de las llamaradas más violentas jamás vistas en nuestra galaxia.

Se convirtió en un territorio grave para las quemaduras solares. “Si un ser humano hubiese estado en ese planeta lo habría pasado mal”, dijo Meredith MacGregor, profesora de astronomía en la Universidad de Colorado que lideró el esfuerzo de observación mundial.

En esa escala, el clima espacial podría esterilizar planetas potencialmente habitables y augura malas noticias para la búsqueda de vida más allá de este sistema solar. Incluso el clima espacial templado puede ser perjudicial para las criaturas que ya han evolucionado y se han asentado; las manchas solares y las tormentas solares, que aumentan y disminuyen en un ciclo de 11 años, diseminan energía que puede poner en peligro las naves espaciales, los astronautas y los sistemas de comunicación.

En cualquier momento comenzará un nuevo ciclo de tormentas, y los astrofísicos están divididos sobre cuán activo o amenazador será. El sol puede estar a punto de establecer récords de número de manchas solares y tormentas violentas, o puede estar deslizándose hacia un declive como el Mínimo de Maunder, que es el nombre con el que se conoce al periodo de tiempo entre 1645 y 1715, cuando casi no aparecieron manchas solares. En Europa, ese periodo es conocido como la Pequeña Edad de Hielo.

Pagar la hipoteca cósmica

“Vivimos en la atmósfera de una estrella”, suele decir Scott McIntosh, físico solar del Centro Nacional de Investigación Atmosférica en Boulder, Colorado. “Como civilización, damos por sentada nuestra estrella”.

Aquí, a 149 millones de kilómetros de la estrella más cercana, a la que conocemos como nuestro sol, existimos y prosperamos al borde de una violencia y una complejidad casi incomprensibles.

El sol es una estrella de tamaño mediano, una bola de gas ionizado muy caliente de 1.390.000 kilómetros de diámetro. Su gran interior gira más rápido que su exterior, y las capas exteriores giran más rápido en el ecuador que en los polos. El resultado es un nido enredado de campos magnéticos, que se manifiestan como manchas solares y empeoran cuando rompen la superficie.

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