Sus resultados muestran que, a medida que aumenta la esperanza de vida, también lo hace la igualdad de vida.
Un estudio dirigido por Fernando Colchero, de la Universidad del Sur de Dinamarca, y Susan Alberts, de la Universidad de Duke, en Estados Unidos, en el que han participado investigadores de 42 instituciones de 14 países, aporta nuevos datos sobre la teoría del envejecimiento, que afirma que todas las especies tienen una tasa de envejecimiento relativamente fija, que no se puede alterar.
Los autores del estudio, publicado en la revista ‘Nature Communications’, señalan, por tanto, que la muerte humana es inevitable. «No importa cuántas vitaminas tomemos, lo saludable que sea nuestro entorno o el ejercicio que hagamos, al final envejeceremos y moriremos», afirma Fernando Colchero, experto en la aplicación de la estadística y las matemáticas a la biología de la población y profesor asociado del Departamento de Matemáticas e Informática de la Universidad del Sur de Dinamarca.
«Hemos podido arrojar luz sobre la hipótesis de la tasa invariable de envejecimiento combinando una gran cantidad de datos inéditos y comparando los patrones de nacimientos y muertes en nueve poblaciones humanas con la información de 30 poblaciones de primates no humanos, incluyendo gorilas, chimpancés y babuinos que viven en la naturaleza y en zoológicos», explica.
Para explorar esta hipótesis, los investigadores analizaron la relación entre la esperanza de vida, es decir, la edad media a la que mueren los individuos de una población, y la igualdad de vida, que mide la concentración de muertes en torno a las edades más avanzadas.
Sus resultados muestran que, a medida que aumenta la esperanza de vida, también lo hace la igualdad de vida. Así, la igualdad en la esperanza de vida es muy alta cuando la mayoría de los individuos de una población tienden a morir alrededor de la misma edad, como se observa en el Japón moderno o en Suecia, es decir, alrededor de los 70 u 80 años. Sin embargo, en el siglo XIX la igualdad de vida era muy baja en esos mismos países, ya que las muertes se concentraban menos en las edades avanzadas, lo que se traducía también en una menor esperanza de vida.
«La esperanza de vida ha aumentado de forma espectacular y sigue haciéndolo en muchas partes del mundo. Pero esto no se debe a que hayamos disminuido nuestro ritmo de envejecimiento; la razón es que cada vez sobreviven más bebés, niños y jóvenes y esto hace subir la esperanza de vida media», apunta Colchero.
Las investigaciones anteriores de algunos de los autores del estudio han desvelado la sorprendente regularidad entre la esperanza de vida y la igualdad de vida entre las poblaciones humanas, desde los países europeos preindustriales, cazadores-recolectores, hasta los países modernos industrializados.
Sin embargo, al explorar estos patrones entre nuestros parientes más cercanos, este estudio muestra que este patrón podría ser universal entre los primates, al tiempo que proporciona una visión única de los mecanismos que lo producen.
«Observamos que no sólo los humanos, sino también otras especies de primates expuestas a entornos diferentes, consiguen vivir más tiempo reduciendo la mortalidad infantil y juvenil. Sin embargo, esta relación sólo se mantiene si reducimos la mortalidad temprana, y no si reducimos la tasa de envejecimiento», afirma.
Utilizando estadísticas y matemáticas, los autores demuestran que incluso pequeños cambios en la tasa de envejecimiento harían que una población de, por ejemplo, babuinos, se comportara demográficamente como una población de chimpancés o incluso de humanos.
«No todo está perdido –reconoce–, la ciencia médica ha avanzado a un ritmo sin precedentes, así que tal vez la ciencia consiga lo que la evolución no pudo: reducir la tasa de envejecimiento».