Por la pérdida de ingresos y la pandemia, cada 15 días va con hueseros. Paga 300 pesos por un mal que, según ellos, proviene del mal de ojo.
Avanza lento. Medio paso cada tres segundos. La distancia entre la parada del transporte público y su cuarto -pequeño en un vecindario pequeño- es de 50 metros, lo que equivale a dos horas para llegar a la puerta de ese conjunto de cuartos de Tizatlán, una comunidad del municipio de Tlaxcala.
Juana vive entre cosas pequeñas: el cuarto, la cama, los pasos y el puesto de metro y medio en el mercado que perdió por la pandemia… ah, y la muerte de su esposo, Ricardo; pues así lo dijo: «Ah, y la muerte de Ricardo».
Fue en diciembre del año pasado. Juana salió a las nueve de la mañana al mercado del municipio de Tlaxcala ubicado a kilómetro y medio de su casa -hagan las cuentas: apenas veinte centímetros por cada paso tosco y rasposo con la suela deslizándose en el piso.
Cuando regresó en la noche encontró a Ricardo boca abajo, en el piso. Era diabético, no veía y tenía obesidad. Estaba entre el metro y medio de la pared y la cama, en un hueco de cobijas y bolsas. Por la pandemia para ella todo fue rápido: doctor legista, carroza fúnebre, cremación y volver a vivir sola.
Juana también perdió su puesto en el mercado donde vendió comida durante 20 años. Se trata de una plancha de concreto de metro y medio entre dos negocios con dos metros de profundidad, apenas para acomodar ollas y cazuelas.
Todos los días cargó bolsas repletas de comida para vender. Con los años, el “comité” de locatarios le dio su lugar pero, como ya no puede cargar por una lesión en la espalda, la enfermedad de Ricardo que la obligó a ir sola y la pandemia, el lugar fue “transferido”.
También tiene diabetes y obesidad a sus 67 años. Con la muerte de Ricardo perdió una de las dos pensiones y los mil 500 pesos mensuales que las hermanas de él le enviaban. Ahora nada llega por correos de México aunque cada mes va, por si acaso, y depende de la pensión para adultos mayores y de lo que las hermanas, sobrinas y conocidos le llevan.
-¿Se cuida de la pandemia doña Juana?
-Solo salgo por el recaudo y la pensión, pero me da miedo estar aquí.
-¿Ha ido al doctor a atenderse la espalda? ¿Qué dicen de su salud, volverá a caminar como antes?
-No, ya no, necesito una operación de la espalda pero yo no, ya no. No quiero, me da miedo.
La última evaluación del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) señala que en Tlaxcala 146 mil 384 adultos mayores no están afiliados a instituciones de servicios de salud; entre ellos, las mujeres representan el mayor número que dependen del Insabi.
Por los costos de la operación, la pérdida de ingresos y la pandemia, cada 15 días va con hueseros. Paga 300 pesos por un mal que, según ellos, proviene del mal de ojo y que debe atenderse cada mes.
Tlaxcala tiene un índice de envejecimiento medio a nivel nacional con cuatro adultos mayores por cada 10 menores de 15 años, una población considerable que se prepara para el cambio generacional con la llegada de los millennials a las filas de la vejez.
Dice Juana que es de la generación de mujeres dedicadas al campo, a vivir con «el hombre» fuera del matrimonio, a servir y tragarse los insultos, sin estudios y que no tuvo la fortuna de un trabajo normal, regularmente pagado para una vejez digna.
-La pandemia nos afectó a todos, a unos más a otros menos. ¿Usted siente que con la pandemia perdió algo?
-Todo, si, pues claro que sí, yo no hubiera salido ese día no hubiera pasado nada, aunque yo como lo ayudo a Ricardo si estaba pesado y ni cargar puedo, pero si, mejor me hubiera quedado acá, luego mi pedazo pero ya ni cargar puedo.
En el cuarto hay bolsas de ropa. En la cama peluches y junto una mesa con santos y vírgenes. En el comedor, los trastes. Sobre una mesa una fotografía de ella. No quiere que le tome fotos porque se siente cansada y encorvada.
Con pasos cortos va hacia la fotografía, la ve y las dos se sonríen. Por último dice que mañana, lunes a primera hora, irá a pelear su espacio, el que le corresponde por antigüedad y vertebras torcidas.