Hoy, camino en una nueva trinchera, orgullosa de haberme ganado, sólo con mi trabajo, un espacio en la administración pública, mismo que espero que sea respetado.

Les voy a contar la historia de una reportera que firmaba con pseudónimo para poder publicar su material. Ella no escribía sobre los Pandora papers, ni sobre narcos, huachicoleros o huachigaseros; tampoco sobre las fortunas de políticos hechas de la noche a la mañana.

Sus notas eran simples: sólo informaban del acontecer diario. Que si subió el precio de los combustibles; que si los comerciantes ambulantes invadieron nuevas zonas; que si un joven se ahogó en un jagüey por nadar alcoholizado; que si este hombre dice que es mejor gobernante que aquella mujer… Hechos noticiosos, y dimes y diretes políticos, de todos los días y de todas partes.

Las mujeres han firmado con pseudónimos desde el siglo XVIII; fue el caso de Leona Vicario, la Madre de la Patria. Con el nombre de “Enriqueta”, se convirtió en la primera periodista mexicana al publicar, a principios de siglo XIX, en diarios como El Semanario Patriótico, El Federalista y El Ilustrador Americano, insurrectos a la Nueva España.

Antes, se publicó de forma anónima Frankenstein o el moderno Prometeo, obra maestra de la inglesa Mary Shelley; la primera periodista española, Carmen Burgos, era “Colombine”, en el Diario Universal. Ellas no revelaron su identidad para ocultar que, en lugar de ser amas de casa, estaban desarrollando una actividad intelectual destinada a los hombres.

Tres siglos más tarde, algunas periodistas aún firman con pseudónimos para poder ganar más dinero, ante la incongruente petición de exclusividad de los medios de comunicación para los que trabajan con salarios mínimos.

En el mundo de los medios de comunicación masiva, históricamente, los hombres pactan los acuerdos políticos y económicos, deciden la agenda, eligen a los nuevos talentos que aparecen en televisión o perpetúan los rostros acartonados a los que ya se acostumbró su teleaudiencia —educada por telenovelas—.

Las pocas mujeres que han llegado a cargos directivos en los mass media siguen en la lucha para convertirse en verdaderas lideresas de opinión pública, para que puedan tomar decisiones sin depender de acuerdos dictados por los hombres de poder, y así, dejar de ser sólo una “pantalla” de equidad de género.

En la última década, las reporteras dejaron de firmar con pseudónimos y se aventuraron a hacer páginas electrónicas con contenido noticioso; algunas con profesionalismo y rigor periodístico; otras, repletas de información que envían los gobiernos que las financian. Estas últimas, siendo proyectos de medio tiempo, aún dependen del salario de una empresa noticiosa de renombre.

En este mundo mediático dominado por los hombres, las reporteras deben ser amables y condescendientes con el poder en turno: éste las ayudará a crecer colocándolas en un buen “aparador” o les financiará su página electrónica —que será llamada de acuerdo con la ideología política de tal turno—.

Las que decidieron ser aguerridas, como lo demanda el ejercicio periodístico, serán utilizadas por sus empleadores para incomodar aquellos que no quieran pagar jugosos convenios; después, les dirán que hay que “portarse bien” para conservar el empleo, pues de lo contrario las desecharán.

También están las que, mediante buenos acuerdos políticos y económicos, lograron dirigir casas editoriales “de renombre”. Algunas más, brincamos de un medio de comunicación a otro, persiguiendo un salario digno y la libertad para contar lo que vemos, y no lo que dictan las cúpulas del poder.

En el camino de la vida, la mayoría nos hicimos madres; nuestros hijos e hijas caminaron con nosotras en las manifestaciones, empuñando su manita y gritando, por imitación infantil, las consignas del pueblo enfurecido que escuchaban. Cuando no hubo quien nos los cuidara, durmieron en cabinas de radio y redacciones, o aguantaron sed y hambre en eventos interminables.

Todas las madres periodistas soñamos con la creación de una guardería para nuestros hijos e hijas.

¿Por qué les cuento todo esto?

Porque así llegamos las reporteras al feminismo. Al menos, a mí me sucedió así. Hace dos décadas, la palabra era de uso exclusivo de las intelectuales de izquierda; pero muchas, sin sabernos feministas, lo éramos, mientras nos señalaban como “problemáticas”, “aceleradas” o “locas”.

Hace unos días conocí a una estudiante que participó en la toma de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, en la Ciudad de México; aunque luego ese suceso tomó otros rumbos, con ella platiqué sobre qué es ser feminista. Concluimos que toda mujer que defienda los derechos humanos, desde cualquier actividad a la que se dedique, lo es.

De ser así, todas las periodistas somos feministas, aunque muchas se nieguen a aceptarlo. Es más, varias de ellas dicen que defienden los derechos de las mujeres, pero que no son feministas, como si la sola palabra las convirtiera en lesbianas, les pusiera el sello abortista o las hiciera hippies que se acuestan con todos y todas; como si ser feminista implicara todo eso.

Hoy, más que nunca, el periodismo requiere de las voces de mujeres que sean capaces de comunicar con esperanza, de mostrar la resiliencia de nuestro género, que siempre se levanta ante la adversidad.

El periodismo está obligado a señalar y denunciar los abusos, pero también a mostrar cómo resolverlos mediante una comunicación positiva, que hable de lo que hacen los colectivos feministas, LGBTI, de artesanas y de campesinas, de todas aquellas hijas del pueblo, a las que les costó el doble de trabajo avanzar por sus condiciones socioeconómicas.

Para transformar nuestros entornos, debemos contar nuestras historias, reconocernos y ser mujeres autogestivas. En esta era digital, todos y todas podemos y debemos comunicar; los periódicos, la radio y la televisión, como los conocimos, caminan hacia el olvido; la información salta en las redes sociales, pero en páginas encabezadas por emprendedores que saben que el futuro está en lo alternativo.

Las mujeres que nos dedicamos a comunicar tenemos esperanza y sabemos que los mensajes se transmiten en todos lados. En el caso de las comunicadoras gubernamentales, debemos reivindicar nuestra función, pues no sólo servimos para hacer enlaces telefónicos con los y las excolegas, sostener una grabadora que registre la entrevista o pasar información conveniente al funcionario en turno.

Debemos ser tomadas en cuenta para el diseño de estrategias de comunicación sobre los programas gubernamentales, para que los ciudadanos conozcan los servicios que ofrecen sus gobiernos con un enfoque de género. Estas campañas siguen siendo gestadas sólo por hombres.

Las que hemos caminado en ambos mundos, el del periodismo y la comunicación social, tenemos una responsabilidad social mayor, porque nos transformamos para trabajar desde adentro de los sistemas por el mundo que queremos, si no, ¿quién lo hará?

Este texto se realizó para un Conversatorio de Mujeres Autogestivas, al que me invitó a participar la Secretaría de Igualdad Sustantiva de Género, del Ayuntamiento de Puebla, el pasado mes de agosto, y que no se concretó.

Hoy lo dedico a todas las insurrectas reporteras con las que caminé por las calles; con quienes debatí todo tipo de temas; con las que leí interminables documentos; con quienes me senté en la banqueta a esperar una entrevista; con las que viajé por todo el estado para realizar coberturas informativas; con quienes compartí una torta o una memela; con las que me capacité en protocolos de seguridad para periodistas.

También a las que dejaron el periodismo para convertirse en comunicadoras gubernamentales, de empresas, de organismos sindicales o sociales; a todas aquellas que nos tocó ser el único soporte económico de nuestros hogares.

Hoy, camino en una nueva trinchera, orgullosa de haberme ganado, sólo con mi trabajo, un espacio en la administración pública, mismo que espero que sea respetado.

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Comunicadoras en Transformación

Con nuestras letras y nuestras voces, contamos las historias de las hijas del pueblo.

En las redes sociales contamos las nuestras, sin importar ser juzgadas, una vez más, por elegir la libertad antes que la sumisión.

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