La asertividad requiere que una persona sea capaz de identificar y nombrar las emociones propias, explicar las causas y llegar a una solución consensuada.
La expresión “tengo un adolescente en casa” suele ser un eufemismo para las múltiples ocasiones en las que las relaciones padres-hijos sacan chispas por las situaciones más banales. Un calcetín fuera de su sitio o una mueca inapropiada hacen volar el techo por los aires. La clave para la gestión del conocidísimo ‘coctel de hormonas’ está en una comunicación abierta, horizontal y amorosa.
Resulta cada vez más complejo delimitar la adolescencia. La OMS la define “el periodo de crecimiento y desarrollo humano que se produce después de la niñez”. En la actualidad, una persona es adolescente desde los 10 hasta los 19 años, pues este periodo comprende la cúspide del desarrollo en aspectos físicos, emocionales, sexuales y mentales.
En una charla para padres de familia de la Prepa IBERO Puebla, Itzel María Pérez Méndez explicó que los estímulos externos juegan un papel protagónico durante la pubertad, pues muchas problemáticas propias de esta etapa son de carácter psicosocial. Esto significa que los estilos de vida y las relaciones interpersonales pueden ser determinantes en el día a día del adolescente.
Autoridades gubernamentales entienden que una conducta de riesgo es toda aquella que desestabiliza la integridad física, emocional o espiritual de las personas. Por esa razón, estas situaciones pueden tener efectos por el resto de la vida e incluso ponerlos en riesgo.
Los especialistas aseguran que la transición de la niñez a la adultez ocurre en tres etapas. Durante la adolescencia inicial (10-14 años), los jóvenes comienzan a moverse hacia el exterior motivados por la curiosidad de conocer el mundo que los rodea. Los primeros acercamientos con el alcohol y el tabaco son algunos factores de riesgo.
En la etapa intermedia (14-17 años) ocurre el distanciamiento afectivo con las familias para comenzar a acercarse a los pares en busca de afinidad en intereses. Por ello, se trata del periodo de mayor propensión a participar en actividades de riesgo. Finalmente, en la adolescencia tardía (17-19 años) se consolidan las bases de la identidad y autonomía, donde las experiencias y el acompañamiento adulto le dan al joven un primer bagaje de madurez.
Consumo de alcohol y drogas, vida sexual irresponsable, trastornos alimenticios, depresión o suicidio son algunas de las principales conductas de riesgo, mismas que pueden convertirse en catalizadores de situaciones más complejas: falta de autoestima; violencia intrafamiliar; proyectos de vida débiles; desinterés o abandono escolar, y falta de inteligencia emocional.
Ante la rebeldía, comunicación
Pérez Méndez ha encontrado en la comunicación asertiva un método indispensable para el acercamiento con jóvenes de secundaria y bachillerato. Se trata de una forma de interacción en la que se reconocen las ideas y sensibilidades propias y de los demás. “La base es cultivar una actitud abierta y de respeto”, sintetizó.
“La clave está en escuchar y poder dialogar con nuestros hijos. Normalmente queremos decirles que las cosas son así y punto, cuando son personas en busca de su identidad que necesitan ser escuchados”: tzel María Pérez.
Cuando el padre o la madre tratan de imponer una perspectiva en los jóvenes se incurre en acciones agresivas. Del lado contrario, una actitud pasiva puede conducir a una pérdida de la armonía en el hogar. El diálogo asertivo requiere tomar a los menores en cuenta, escucharlos y llegar a consensos que dejen satisfechas a ambas partes.
Algunas acciones asertivas incluyen educar en la responsabilidad; establecer límites y normas a cumplir; inculcar habilidades sociales; impulsar el autoconcepto positivo y realista, y mantener la atención frente a cambios en la conducta que se puedan presentar. “Tenemos que estar al día de los temas de sus intereses o que los rodean, porque nos va a permitir saber qué influye en mi hijo”.
Una de las quejas más recurrentes de los jóvenes es que los padres no tienen una apertura real a escuchar a sus hijos, sino que simplemente buscan obtener información precisa: estado de salud, rendimiento académico, finanzas personales… Itzel Pérez enfatizó que, en ocasiones, los adolescentes buscan ser escuchados más allá de recibir consejos o incluso ser juzgados.
Los jóvenes no siempre son capaces de nombrar lo que sienten. Ante ello, recomendó: “Hay que expresarles que pueden contar con nosotros. ‘Cuando estés listo, cuando existan este tipo de situaciones, aquí estoy’”. Un ambiente de confianza debe basarse en la paciencia, el entendimiento y el amor, pero también en la firmeza y el reconocimiento.