Nuestro sexo está escrito en los genes, permite clasificar a cada persona de forma inequívoca y no cambia a lo largo de nuestra vida.
Hay quien niega la existencia de las personas trans y dice que solo hay hombres y mujeres. Pero la ciencia demuestra que se equivocan.
Nuestro sexo está escrito en los genes, permite clasificar a cada persona de forma inequívoca y no cambia a lo largo de nuestra vida. A un lado están las mujeres, al otro, los hombres; princesa o caballero. Al medio, el foso de la fortaleza, quizás. Un vacío absoluto. Tierra de nadie.
Para algunas personas las cosas son así de fáciles. Su argumento favorito es a menudo la ciencia. Más concretamente, la biología. Pero el consenso científico actual dice otra cosa: el sexo es un espectro.
Inequívocamente ambigua: la genética
Cromosomas XX, mujer. Cromosomas XY, hombre. De ahí surge el género. Lo más frecuente es que las personas con cromosomas XX desarrollen vagina, útero y ovarios en el vientre materno. Y, en el caso de los cromosomas XY, pene y testículos.
Pero el sexo no es tan sencillo.
Así, por ejemplo, hay personas que cuyo físico se corresponde a simple vista con el esquema tradicional de un cuerpo femenino, pero sus cromosomas son XY. Y viceversa. ¿Cómo es posible?
Un gen situado en el brazo corto del cromosoma Y, llamado SRY, decide (entre otros actores) si en un embrión se desarrollan testículos o no. Si, por ejemplo, como resultado de una mutación este gen no es leído, no se desarrollan testículos pese a la presencia de los cromosomas XY.
Por otro lado, en personas con cromosomas XX pueden desarrollarse testículos cuando ese gen salta al cromosoma X y sí es leído.
Nada está grabado en piedra
Naturalmente, las variaciones de los cromosomas sexuales son muy diversas. Ello puede tener efectos en las características sexuales visibles, es decir, en los genitales.
Las personas cuya biología no se puede clasificar en un ordenamiento binario de los sexos son llamadas intersexuales. Según Naciones Unidas, un 1,7 por ciento de la población mundial es intersexual. Es decir, tantas como pelirrojos hay en el mundo.
Desde 2018, los recién nacidos en Alemania pueden ser inscritos con el marcador «otro” en el apartado del sexo.
Es más: el sexo puede cambiar a lo largo de la vida. Más concretamente, las gónadas, según apuntan los resultados de un estudio de investigadores chinos en ratones. Los responsables de estos son los genes DMRT1 y FOXL2. Si esto produce un cambio de los genes, las gónadas de mamíferos adultos podrían cambiar de un extremo a otro.
La melodía variable de las hormonas
Tanto los hombres como las mujeres, así como las personas de género diverso, tienen en su cuerpo hormonas como la testosterona, los estrógenos y la progesterona. De hecho, los niveles de progesterona y estradiol (el estrógeno natural más potente) no se diferencian apenas entre adultos de ambos sexos. Solo las mujeres embarazadas se diferencian (y enormemente) de la concentración de estradiol y progesterona en el resto de personas.
En el caso de los niños, antes de la pubertad puede diferenciarse entre ambos sexos examinando únicamente las hormonas sexuales. Es en la pubertad cuando los niveles de testosterona empiezan a divergir enormemente, pues los hombres acumulan más testosterona que las mujeres.
Pero esta diferencia también se ha sobreestimado durante mucho tiempo, según nuevos descubrimientos.
Hoy en día se aspira a investigar el solapamiento hormonal de los sexos. A ese respecto se descubrió que los niveles hormonales dependen en gran medida de factores externos y no únicamente de la genética, como antes se asumía.
Los hombres camino de ser padres, por ejemplo, tienen durante el período de embarazo de su compañera menos testosterona. Las hormonas, presuntamente femeninas, de estradiol y progesterona se producen en mayor medida cuando varias personas compiten por el poder, un comportamiento que los estereotipos dominantes identifican con el mundo masculino.
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