La narrativa del encuentro amistoso de dos mundos maquilla las numerosas violencias devenidas de un proceso colonizador
Ignacio Ellacuría, SJ, pensador jesuita abatido en 1989 por sus ideas contrahegemónicas, ofreció la disertación titulada Quinto centenario de América Latina ¿descubrimiento o encubrimiento?, misma que posteriormente fue recuperada en forma de librillo. Sus postulados fueron aprovechados por la Cátedra Ellacuría de la IBERO Puebla para inaugurar una serie de espacios dedicados a la reflexión sobre la colonialidad pasada y presente.
El sacerdote identifica en Estados Unidos el origen de muchos males sociales. Dentro de su análisis, Juan Pablo Orozco Salazar, SJ expandió la responsabilidad a un sistema de “pecado estructural”, donde una cosmovisión impositiva y basada en lo individual se contrapone a los paradigmas de cuidado comunitario de los pueblos originarios. Una dinámica del vivir bien contra el vivir mejor.
La tesis de Ellacuría parte de una denuncia sin tapujos de la situación que atravesaba El Salvador de su época: la guerra civil y la intervención estadounidense en el marco de la Guerra Fría. “Cuidado con la reproducción de un proceso de colonización que vivió América. Esto no significa encuentro intercultural”.
A decir de Nathaly Rodríguez Sánchez, el texto asume la necesidad de acabar con la glorificación de la Colonia, critica la estructura de poder subyugante de la Iglesia católica e invita a reflexionar sobre la prevalencia de la colonialidad en la actualidad. Aseguró que los procesos de dominación se reproducen como matrices culturales a través del racismo, la desigualdad de género y la fe católica.
En Quinto centenario… se revelan nuevas formas de colonialidad legitimadas por la sociedad hasta nuestros días. “La vitalidad del texto es la posibilidad de leerlo a partir de esta multiculturalidad que nos permite comprender que somos solo una parte de la historia”. Como comentó Armando González Meneses, Ellacuría propone que el aparato colonizador responde a intereses particulares que reproducen prácticas de poder.
Nuevas colonialidades
Rodríguez Sánchez advirtió que el colonialismo no termina con la fundación de sociedades democráticas ni tampoco puede erradicarse de un momento a otro. Algunas nuevas expresiones de este proceso de dominación se encuentran en parcelas que van desde la generación de conocimiento y la ocupación de territorios hasta la aspiración a una calidad de vida eurocentrista.
Por su parte, Armando González agrupó las colonialidades en expresiones territoriales e ideológicas. Las primeras suponen el ejercicio de una gobernanza que saca ventaja de los recursos; las segundas, la construcción de una realidad idílica a costa de los saberes de las poblaciones.
Aún bajo la bandera de la buena voluntad, las prácticas de dominación están presentes en la realidad actual. El discurso del progreso continúa como el camuflaje ideal muchos abusos. El reto, expresó Juan Pablo Orozco, es que sea posible construir alianzas de colaboración equitativa para “reconocernos como sujetos, no como objetos”.
El panel cuestionó las formas en las que las propias universidades y sus poblaciones reproducen las prácticas colonialistas. Acorde al pensamiento ellacuriano, las instituciones educativas tienen la encomienda de convertirse en foros creadores de utopías que vinculen al alumnado con la realidad. La descolonización, aseguraron, debe ser un proceso continuo y consciente a partir de cambios no violentos, pero que tampoco admitan la violencia estructural.
Nuevas resistencias
Cada universitario carga una historia; puede ser propia o de toda una colectividad. Los jóvenes inscritos en el Programa Intercultural de Vida Universitaria Pedro Arrupe, SJ deciden salir de sus comunidades rurales o indígenas de procedencia para adquirir conocimientos especializados y, una vez graduados, ponerlos al servicio de su entorno.
A Lucina Quintero Rosas la azotó la madurez en toda su crudeza cuando su madre, Enedina Rosas, fue encarcelada por oponerse a la construcción del gasoducto Morelos en su localidad en Atlixco. La joven pasó de estudiar una carrera técnica en computación a liderar un grupo de resistencia.
Sabedora de que se enfrentaba a gente poderosa, decidió viajar a la capital y estudiar Derecho en la IBERO Puebla. Su recorrido iniciado en 2014 la ha sensibilizado sobre las injusticias que viven las personas que son despojadas de sus derechos básicos. La aún estudiante espera abonar a la lucha desde un enfoque jurídico y con perspectiva de género.
Lucina comparte clases con Abel Sánchez Martínez. Originario de la comunidad chontal de Santa María Zapotitlán, también tuvo un involucramiento precoz en los menesteres comunitarios. Con tan solo 18 años se unió al colectivo Tequio Jurídico, A. C. como delegado comunitario y representó a su comunidad en diferentes encuentros a nivel nacional.
Su organización hizo frente a una concesión minera otorgada a la empresa Zalamera sin el consentimiento de las tres comunidades afectadas, cuya actividad marginaba espacios habitacionales y de cultivo, principal actividad económica de la región. Tras redescubrir su identidad comunitaria, asegura que formar personas críticas pone frenos a las prácticas abusivas de la industria y el poder.
Los jóvenes se han vuelto más receptivos ante lo que ocurre en su entorno. Ehécatl Pacheco Flores decidió estudiar Arquitectura a partir de las necesidades de infraestructura que identificó en su natal Tlapa de Comonfort. Inspirado por el trabajo de Tlachinollan, Centro de Derechos Humanos de la Montaña, concibe su llegada a la IBERO Puebla como un triunfo de toda la comunidad.
Para David Eduardo Jiménez Shilón, ser un joven universitario indígena ha supuesto un reto en donde ha podido llevar parte de su cultura a otros contextos. Pese a que no todos forman parte de grupos organizados, están conscientes de que sus acciones deben velar por el bien común. “Mi aporte es mediante mi voz”, zanjó Suljaá Valtierra Zaragoza.
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