Las más de 30 mil almas que esperan a que los músicos salgan a escena tienen diferentes edades: están los que vieron a Soda Stereo a fines de los ’80 y principios de los ’90.
Estadio El Campín, Bogotá, Colombia. Sábado 29 de febrero. Más de 30 mil personas esperan por ver el debut de Soda Stereo-Gracias Totales, el espectáculo que Zeta Bosio y Charly Alberti pensaron como celebración de la banda de la que fueron el bajista y el baterista y también como homenaje a su líder fallecido, Gustavo Cerati.
El ambiente es un subibaja de emociones, casi cómo fue este sábado en Bogotá: por la mañana sol radiante; nublado al mediodía; lluvia y granizo por la tarde; y ya sobre el fin del atardecer nuevamente un apacible sol que le dio lugar a esta luna en cuarto creciente que cuelga sobre nosotros. Hay expectativa, hay ganas de festejar.
Las más de 30 mil almas que esperan a que los músicos salgan a escena tienen diferentes edades: están los que vieron a Soda Stereo a fines de los ’80 y principios de los ’90, cuando eran la banda más exitosa del rock hispanoamericano. Otros estuvieron presentes cuando tras de diez años de separación regresaron con «Me verás volver», la gira de 2007. Otros no tuvieron la fortuna de verlos en acción, pero vibran con las canciones de Cerati y compañía. Un público variopinto en edades, pero sin contradicciones ni cuestionamientos: nadie se pregunta el porqué de este show, sólo vinieron a escuchar en directo esos temas inmortales, hechos por dos de los tres miembros del grupo, los que aún pueden juntarse.
El párrafo anterior tiene que ver con todo lo que se habló en los medios y en las redes sobre este «retorno de Soda Stereo», sobre si era un regreso que priorizaba lo económico por sobre lo artístico, si Gustavo lo hubiera permitido, si está bien que lo hagan, etcétera.
Pues bien, va mi spoiler (o mi opinión): Soda Stereo-Gracias Totales no es Soda Stereo. Es un espectáculo novedoso, de rock internacional de primer nivel, con muy buena música tocada en vivo por una banda formidable, y con tecnología de última generación que hace que los que no estén allí -ya sea por una cuestión de distancia o, como el caso de Cerati, por haber pasado a otro plano- de todos modos digan presente. Sí, la de Gustavo en este caso es la omnipresencia: por momentos está su voz, por momentos su guitarra, pero su recuerdo no se va nunca.
El show, en el que las pantallas tienen casi tanto protagonismo que la música, comienza con una imagen de una biblioteca de la que una mano saca un VHS (aquel viejo videocasete) que dice Soda. Lo pone en una videograbadora y aparecen jovencísimos Cerati, Zeta y Charly. Si el principio es con nostalgia, qué decir de lo que sigue. Suena Sobredosis de TV y el que la canta es Gustavo. La banda (además de Charly y Zeta, Richard Coleman, Roly Ureta y Simón Bosio en guitarras, y los teclados del Zorrito Fabián Quintiero) toca sobre su voz y su guitarra. La sincronización entre la interpretación en vivo y lo que sucede en las pantallas es ajustadísima y fundamental. Por momentos se ve a los tres Soda tocando juntos, como si estuvieran allí sobre el escenario. Lejos del golpe bajo, la emoción es genuina.
Enseguida viene Hombre al agua, en la que la voz principal es Richard Coleman. El hombre que esta noche estrena cabellera azulada fue importante en los principios del trío (de hecho, cuando lo estaban probando para ser parte del grupo, les dijo a los Soda que sonaban bien como estaban, que siguieran los tres solos) y amigo y coequiper de Cerati hasta su última gira. Aquí oficia de nexo, su guitarra es la que conecta a la banda.
Luego de eso, empiezan a aparecer los cantantes invitados, algunos en vivo y otros desde las pantallas. En persona aparece León Larregui, voz de los mexicanos Zoe, para una versión aplacada de Disco eterno. En plan 3.0 y para El rito brota la imagen de Álvaro Henríquez, el músico chileno. La banda suena fuerte y es muy notable cómo concuerda lo grabado con lo ejecutado en vivo.
Lo que sangra (la cúpula) tiene ahora un duende sobre el escenario: Rubén Albarrán, de Café Tacvba, arenga a las masas, va de una punta a la otra y, en el pico de ebullición, larga algunas de las pocas palabras de la noche: «Gracias Charly, gracias Zeta, gracias Gustavo».
Para entonces, es imposible no observar cuánto toman los colombianos. Los puestos de cerveza a los costados del escenario están abarrotados, cada minuto pasa algún vendedor con frascos de cócteles margaritas ya preparados y otros vendiendo petacas al grito de «Aguardiente». Créase o no, hay un lugar al estilo de los espacios para no fumadores, pero aquí para no bebedores. Si alguien no quiere que le tomen alcohol cerca, tiene un espacio dónde refugiarse.
Volvemos al show, ahora se pegan tres cantantes en pantalla, con suerte dispar. Julieta Venegas, algo apocada, haciendo su versión de Signos. Luego Walas, el cantante de Massacre, impone su presencia y su complicidad con las cámaras en Juegos de seducción. Tras él, Benito Cerati (sí, el hijo de Gustavo) se luce con Zoom, tal vez en una de las grabaciones mejor producidas.
El concepto es el siguiente: todos los cantantes invitados grabaron y filmaron su tema, para que la banda toque sobre ellos. En algunas plazas de la gira, ellos estarán presentes y eso no será necesario. Cuando no estén, se verá la grabación, Esto fue anunciado junto con la gira, por lo que llamó la atención cuando en las redes se volvió a tratar el tema como «una estafa».
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