Casi una albanesa de cada dos ha sido víctima de violencia machista al menos una vez en su vida. 

Con la cara hinchada y los brazos llenos de moretones, Ana, una albanesa madre de dos hijas, no sabe cómo escapar a los golpes de su esposo. Entre las restricciones, el estrés y el paro, el coronavirus ha sido para ella una trampa mortal.

La violencia machista es bastante frecuente en este país de los Balcanes, donde el patriarcado está muy arraigado, pero con la crisis sanitaria se ha disparado.

«Mi vida es un infierno desde hace meses», admite Ana (nombre ficticio por seguridad), de 31 años. Sus dos hijas, de cinco y tres años, escuchan nerviosas a su madre, muy atentas a lo que dice.

En un rincón oscuro de su apartamento, en Pogradec (este de Albania), Ana explica a la AFP que la violencia empezó cuando su marido se enteró de que se había quedado embarazada de su segunda hija.

«Quería que abortara pero yo quise tener el bebé a toda costa», afirma. En su país, las familias suelen preferir los niños a las niñas y los abortos selectivos por sexo son habituales.

En el caso de Ana, la situación empeoró con la pandemia. Tanto ella como su pareja perdieron su empleo y las palizas aumentaron. La familia se quedó sin ingresos y sin ninguna vía de escape.

– Atrapadas –

En Albania, la situación de las mujeres antes tampoco era muy alentadora. En este país de 2,8 millones de habitantes, durante mucho apartado de cualquier apertura al mundo y de las evoluciones sociales a causa de una dictadura comunista, las mujeres fueron relegadas a un rol de sostén y de dependencia económica respecto a los hombres.

Según un informe de la ONU de 2019, casi una albanesa de cada dos ha sido víctima de violencia machista al menos una vez en su vida, contra casi un tercio de las mujeres en el mundo.

Pero, con la crisis sanitaria, «el número de víctimas de la violencia conyugal aumentó considerablemente», pues muchas se ven condenadas a vivir bajo el mismo techo que su agresor, recalca Iris Luarasi, presidenta del Consejo Nacional de Asistencia a las Víctimas. «Las mujeres y los niños son los primeros en pagar el precio de la pandemia».

Entre marzo y septiembre, el teléfono de su oenegé recibió un 60% más de llamadas que durante el mismo periodo del año anterior.

En Elbasan, en el centro de Albania, el Foro de las Mujeres también constató «un alza considerable» de las llamadas de ayuda de las víctimas de violencia doméstica, cuya «salud mental empeora». «Quieren hablar de su angustia, de su falta total de soluciones», explica a la AFP su directora, Shpresa Banja.

Según las asociaciones, las víctimas prefieren desahogarse en secreto por teléfono que pedir una orden de protección ante la justicia, una medida que de todos modos sería difícil de aplicar habida cuenta de la escasez de viviendas y ayudas sociales. Por no hablar de que un procedimiento así alertaría a los agresores.

– Amnistía –

«Si doy un paso, por pequeño que sea, él será todavía más violento. ¿Qué hago?», pregunta Ana, que rompe a llorar.

Tan solo una ínfima parte de las víctimas avisan a las autoridades pero el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ayudó, pese a todo, a más de 200 mujeres y niñas a salir de situaciones violentas este año, indica Limya Eltayeb, su representante en Tirana.

El Parlamento albanés acaba de endurecer as penas contra los autores de la violencia machista, pero Lindita Hoxha, de 40 años, madre de tres hijos, ha perdido completamente la confianza en los tribunales

Su exmarido fue condenado en 2018 por violencia machista pero a finales de abril se benefició de una amnistía destinada a descongestionar el sistema penitenciario durante la pandemia.

«Incluso en casa, él no paraba de amenazarme pero todo se convirtió en un espanto cuando consiguió su libertad», dice a la AFP.

Aterrada, escapó de su domicilio y se refugió con sus hijos en unos locales de la periferia de Tirana, pues no había sitio en ningún centro de acogida.

«Todavía tengo mucho miedo, incluso los niños tienen miedo, él puede surgir en cualquier momento, va a matarme», explica, sollozando.

«Me ha torturado con destornilladores, cuchillos, la pistola en la sien, ha utilizado palancas y cables», cuenta. Le ha roto ya la mandíbula, la nariz y algunas vértebras. Ahora, podría perder el ojo izquierdo «que quiso arrancar[le] con un destornillador».

– «Perros maltratados» –

Pero su mayor problema es que por culpa de su estado de salud no puede trabajar ni atender las necesidades de sus hijos. Sus únicos ingresos son 32 euros mensuales de ayuda social.

«Empieza la escuela, los niños necesitan de todo: un espacio seguro, libros, vestirse, comer… ¿cómo lo hago?», insiste.

Semiha Xhani, de 37 años, vive en una indigencia total desde su divorcio y ahora piensa que tendría que haber soportado los golpes de su exmarido, un trabajador migrante.

En Albania, en general se priva a las mujeres del derecho a la propiedad y a ella la acosa su familia política, que quiere expulsarla de su domicilio, que no deja de ser una casucha muy deteriorada e insalubre a las afueras de Tirana.

Lleva años defendiendo ante los tribunales sus derechos sobre la casa y a una pensión alimentaria para su hijo de 10 años, en vano.

El tiempo va pasando y esto no hace más que exacerbar la agresividad de su familia política, también contra su hijo, explica a la AFP.

«Las amenazas y las presiones son diarias», dice, suspirando. «Más me habría valido soportar la violencia que arriesgarnos a que nos echen fuera como a perros maltratados».

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