Algunos niños se sienten seguros y protegidos. Otros tienen miedo. Y, sin embargo, muchos también encuentran alegría en jugar e incluso en tonterías.
En la ciudad de Iqaluit, en el extremo norte de Canadá, un niño ha estado pegado a las noticias para aprender todo lo que pueda sobre el nuevo coronavirus. Una niña en Australia ve un futuro vibrante, aunque teñido por la tristeza de las vidas perdidas. Un niño ruandés teme que los militares repriman violentamente a los ciudadanos cuando su país levante el confinamiento.
Hay tristeza, aburrimiento y mucha preocupación, especialmente por los padres que trabajan a pesar de la epidemia, por los abuelos a quienes no pueden visitar los fines de semana, y por los amigos a quienes sólo ven por video en una pantalla.
Algunos niños se sienten seguros y protegidos. Otros tienen miedo. Y, sin embargo, muchos también encuentran alegría en jugar e incluso en tonterías.
Niños de diversas partes del mundo hablaron sobre cómo es vivir durante el brote del virus y les pidieron usar el arte para mostrarnos qué creen que depara el futuro. Algunos dibujaron o pintaron, mientras que otros cantaron, bailaron ballet o construyeron con LEGO. Algunos sólo quisieron hablar.
En los bosques del norte de California, un niño indígena karuk escribió una canción de rap para expresar sus preocupaciones sobre cómo su tribu de apenas 5.000 personas sobrevivirá a la pandemia.
Sus preocupaciones se parecen a las de muchos lugares en la resiliencia y la esperanza, por una vida más allá del virus.
Esta es la vida en confinamiento a través de los ojos de los niños:
LILITHA JIPHETHU, 11, SUDÁFRICA
Lilitha Jiphethu hizo una bola con bolsas de plástico desechadas para mantenerse entretenida durante el encierro. Ella y sus cuatro hermanos juegan con esa bola casi todos los días en un pequeño espacio exterior que cercaron fuera de su casa.
Ella grita cuando sus hermanos le arrojan la pelota. Después ríe, la recoge y se las arroja a ellos. Esto sucede una y otra vez.
La casa de Lilitha es como cientos de otras en este asentamiento irregular de familias pobres en Johannesburgo, la ciudad más grande de Sudáfrica. Está hecha de láminas de chatarra de metal clavadas en vigas de madera.
Como muchos otros niños en confinamiento, extraña a sus amigos y sus maestros y, sobre todo, extraña jugar su juego favorito, el netball. Pero entiende por qué la escuela está cerrada y por qué los mantienen en casa.
“Me siento mal porque no sé si mi familia (puede contagiarse de) este coronavirus”, dice Lilitha. “No me gusta este corona”.
Ella prefiere cantar que dibujar y elige cantar una canción de la iglesia en su lengua materna, xhosa, para describir el futuro después de la pandemia. Extraña su coro, pero se consuela con la letra de la canción.
Sonríe cuando comienza. Su voz dulce recorre la única habitación de su casa.
“Tengo un amigo en Jesús”, canta. “Él es amoroso y es como ningún otro amigo”.
“Él no es deshonesto. No se avergüenza de nosotros”.
“Él es sincero y Él es amor”.
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