Un estudio indica que la transición del otoño al horario causa un aumento del 11% en depresión. El cambio primaveral, no tuvo un efecto similar.
El 13 de marzo, la mayoría de las personas en Estados Unidos adelantaron sus relojes una hora para marcar el fin del horario estándar (con mañanas de más luz y tardes más oscuras) y el inicio del llamado horario de verano. En México, las personas harán lo mismo este domingo 3 de abril.
Pero, según las encuestas, a la mayoría de las personas en EE. UU. no les gusta cambiar su reloj dos veces al año y los días después del cambio suelen ser difíciles para la salud pública.
Como resultado, un grupo cada vez mayor de científicos, políticos y líderes empresariales han estado instando al país a dejar de cambiar los horarios y elegir un sistema permanente de horario. De hecho, el Senado de Estados Unidos aprobó en marzo una legislación que, si recibe el respaldo de la Cámara de representantes y del presidente Biden, podría hacer que el horario de verano sea permanente.
El problema con el cambio propuesto es que los científicos creen que es una pésima idea.
A favor de un horario permanente de verano
La afirmación de que mañanas más oscuras y tardes más luminosas serían de beneficio para la salud pública no ha sido bien estudiada, en parte porque es casi imposible realizar experimentos nacionales sobre el tema. Y, de hecho, muchos estudios relacionados son limitados y, a veces, contradictorios.
Sin embargo, un grupo muy ruidoso de líderes empresariales, académicos y senadores de ambos partidos políticos han sugerido que un cambio permanente al horario de verano sería beneficioso para la mayoría de las personas en Estados Unidos.
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Marco Rubio, senador republicano por Florida, ha sido uno de los defensores más notables del cambio; argumenta que los estadounidenses no deberían sufrir por la pérdida de sueño ni la molestia ocasionada por cambiar los relojes dos veces al año. Las tardes con más luz, dicen él y otros senadores, harán que las personas sean más productivas, estén más descansadas y felices.
Algunas investigaciones —limitadas pero relacionadas— parecen respaldar esa afirmación. En Dinamarca, un grupo de científicos realizó un estudio en 2017 para analizar una base de datos psiquiátrica con más de 185.000 personas entre 1995 y 2012. Encontraron que la transición del otoño al horario estándar se asoció con un aumento del 11 por ciento en los episodios depresivos, un efecto que tardó 10 semanas en disiparse. El cambio primaveral, por el contrario, no tuvo un efecto similar.
También hay intereses económicos. Algunos cabilderos de las industrias del comercio minorista y del ocio argumentan que más luz en las noches le daría a los consumidores más tiempo para gastar dinero, por ejemplo, en hacer compras o jugar al golf.
El movimiento a favor de un horario permanente de verano está ganando impulso. En EE. UU., más de una decena de estados han aprobado legislaciones que permitiría adoptarlo y están a la espera de la autorización federal. (Hawái, la mayor parte de Arizona y los territorios como Guam, Puerto Rico y las Islas Vírgenes no cambian de hora).
Pero si la historia sirve de ayuda, adoptar un horario permanente y amplio no duraría mucho tiempo. Estados Unidos lo intentó en 1974. Después de un amplio descontento, el país volvió a modificar sus horarios dos veces al año. Rusia también lo intentó hace poco, pero puso fin a la política luego de que se desplomó el apoyo público a la medida.