Los narcos son los nuevos héroes populares, muchas veces creados desde las propias instituciones.
Mientras el presidente López Obrador acusa que los gobiernos anteriores alentaron a los grupos delincuenciales, entre ellos al Cártel Jalisco Nueva Generación, escuchas que interrumpe su relato para hacer una petición: “Deberían quitarle el nombre porque afectan a Jalisco”.
Entonces le llamas al académico y periodista colombiano Omar Rincón, un estudioso de la narcoestética, para que te diga qué piensa de esta suerte de denominación de origen de los cárteles. “Ya que se da esta discusión, en términos de marca, el narco es el exótico, el salvaje latinoamericano, es el pecado que todos quieren conocer. A Colombia y a México mucha gente va en tour del narco.
Entonces, que se llame Jalisco o Sinaloa lo hace atractivo. Yo quiero conocer la Iglesia de la Santa Muerte en Toluca, quiero conocer el cementerio de los narcos que está en Culiacán”. Rincón recuerda que un alcalde de Medellín prohibió a los turistas viajar si su intención era conocer la vida de Pablo Escobar, y hoy existen más de treinta tours, uno regenteado por el hermano del capo, que incluye visita a museo familiar.
«Siempre lo más fácil es el lavado de imagen, en vez de asumir la discusión”, dice Rincón, quien tiene un proyecto llamado Narcolombia.club, donde recopila manifestaciones de la narcocultura en su país para mapear “el legado incómodo de la sociedad”.
Para Rincón, se podría hablar de una doble moral para Jalisco: porque, por un lado, produce tequila, y, por otro, produce drogas. “No se cuestionan la producción ni el comercio de cocaína, las críticas son hacia la violencia, no al hecho mismo del narco”.
Alejandra León Olvera, doctora en estudios culturales, te dice que pedirles a los cárteles que cambien de nombre es como exigirle a la gente que no escuche narcocorridos. “Es parte de la narcocultura mexicana”, dice. “Los nombres ya son marcas. Los propios grupos tienen sus sellos”.
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La doctora León dice que a los cárteles hay que verlos como empresas exitosas del capitalismo gore que habla la filósofa mexicana Zayak Valencia, y en ese lado oscuro del neoliberalismo los grupos son reconocidos por su nombre de su geolocalización. “Hoy personalizar los cárteles quedaría muy rebasado”.
Detrás de la petición de López Obrador, León también ve una campaña de limpieza. “Me hace recordar a las empresas que defraudan, después se cambian de nombre y vuelven a defraudar”. Piensa que quizá pueda ser una estrategia económica del gobierno. Pero de lo que sí está segura es de que no enunciar Jalisco, Sinaloa, Ciudad Juárez, Tijuana, Acapulco es invisibilizar lo que sucede ahí. “Se cree que si no se menciona en el discurso se le irá olvidando a la gente”.
León cuenta que, cuando vivía en Querétaro, le tocó vivir el éxodo de tamaulipecos, a consecuencia de la violencia. “Y entre los más jóvenes se posicionaban como seres sobrevivientes, como seres que habían tenido contacto con la violencia y eso los hacía diferentes”.
Por eso, dice, querer cambiarle el nombre a un cártel borra incluso las acciones que está emprendiendo la gente para salir de este horror. “Con no decir Sinaloa o Jalisco quieren que también borremos a las madres de los desparecidos”.
La doctora sugiere que, antes de que López Obrador proponga el cambio de nombre, primero hay que entender que los procesos de violencia son más complejos. “En la cultura popular la mercancía con referencia a la amapola o a la mariguana no es mal vista. Los narcos son los nuevos héroes populares, muchas veces creados desde las propias instituciones”, dijo. Tú, que trabajaste en la escritura de una serie que cierta clase social le colgó el prefijo narco, recuerdas que el ex presidente Peña Nieto y la prensa acordaron no publicar más notas de violencia.
Y eso tampoco acabó con el problema. Como no ha acabado en 2022, aunque el canciller Marcelo Ebrard insista en censurar a las narcoseries y López Obrador haya dicho que motivan a los jóvenes a delinquir o a consumir drogas.