Nuestra biología circadiana y las insaciables demandas de la vida postindustrial a primera hora de la mañana nos niegan el sueño que tanto necesitamos.
Los humanos no dormimos de la manera en que la naturaleza pretendía. El número de episodios de sueño, su duración y los momentos en que deberíamos dormir se han visto comprensiblemente distorsionados por la modernidad.
En las naciones desarrolladas, la mayoría de los adultos duermen actualmente según un patrón monofásico, es decir, tratamos de completar un solo sueño prolongado durante la noche, cuyo promedio de duración es de menos de siete horas. Si visitas culturas a las que no haya llegado la electricidad, seguramente verás algo bastante diferente.
Las tribus cazadoras-recolectoras, como los gabras en el norte de Kenia o los san en el desierto de Kalahari, cuya forma de vida ha cambiado muy poco en los últimos milenios, duermen siguiendo un patrón bifásico. Ambos grupos duermen un período bastante largo durante la noche (pasan de siete a ocho horas en la cama, durmiendo unas siete horas), y después, por la tarde, hacen una siesta que dura entre 30 y 60 minutos.
También hay indicios de una combinación de los dos patrones de sueño en función de la época del año. Algunas tribus preindustriales como los hadzas, del norte de Tanzania, o los san, de Namibia, siguen un patrón bifásico en los meses más calurosos del verano, con una siesta de entre 30 y 40 minutos al principio de la tarde. Luego, durante los meses más fríos del invierno, cambian a un patrón de sueño en gran parte monofásico.
Incluso cuando siguen un patrón de sueño monofásico, el tiempo de sueño observado en las culturas preindustriales no es como el nuestro. Por lo general, los miembros de la tribu se irán a dormir dos o tres horas después de la puesta de sol, sobre las nueve de la noche. Su episodio de sueño nocturno acabará alrededor del amanecer.
¿Te has preguntado alguna vez sobre el significado del término «medianoche»? Obviamente, significa la mitad de la noche, o, más técnicamente, el punto medio del ciclo solar. Y así es para el ciclo de sueño de las culturas de cazadores-recolectores, y presumiblemente para todos los que vivieron antes. Ahora piensa en las normas de sueño de nuestra cultura. La medianoche ya no es «la mitad de la noche».
Para muchos de nosotros, la medianoche suele ser el momento en que decidimos consultar nuestro correo electrónico por última vez, y ya sabemos lo que a menudo pasa después. Para agravar el problema, no dormimos más por la mañana para compensar estos inicios de sueño más tardíos.
No podemos. Nuestra biología circadiana y las insaciables demandas de la vida postindustrial a primera hora de la mañana nos niegan el sueño que tanto necesitamos. Hubo un tiempo en que nos íbamos a la cama al anochecer y nos despertábamos con las gallinas.
Ahora muchos de nosotros seguimos despertándonos a la hora de las gallinas, pero el anochecer es simplemente la hora en que terminamos el trabajo en la oficina, quedándonos todavía por delante muchas horas de vigilia. Además, muy pocos nos concedemos una siesta completa por la tarde, lo que contribuye todavía más a nuestro estado de falta de sueño.
Sin embargo, el sueño bifásico no tiene un origen cultural. Es profundamente biológico. Todos los humanos, independientemente de su cultura o de su ubicación geográfica, sufren a media tarde un declive genéticamente codificado de su estado de alerta. Fíjate en cualquier reunión después de la hora de comer alrededor de una mesa de juntas y esto se te hará evidente. Como marionetas cuyos hilos se sueltan y luego vuelven a tensarse rápidamente, las cabezas comenzarán a caer y a levantarse de golpe. Estoy seguro de que has experimentado alguna vez uno de esos ataques de somnolencia que parece apoderarse de ti, como si tu cerebro se fuera a dormir a una hora inusualmente temprana.
Tanto tú como el resto de asistentes a la reunión estáis siendo víctimas de una caída de la alerta evolutivamente impresa que favorece una siesta vespertina, llamada somnolencia postprandial (del latín prandium, comida). Este breve descenso de la vigilia, desde un estado de alerta de alto grado a otro de bajo nivel, refleja una necesidad innata de echarse una siesta por la tarde. Parece ser una parte normal del ritmo diario de la vida. Si alguna vez tienes que hacer una presentación en el trabajo, por tu propio bien (y por el del estado consciente de tu audiencia), si puedes, evita esas horas.
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