Algunas estimaciones apuntan a que en torno al 30% de los pacientes no vacunados de COVID-19 desarrollan síntomas en el largo plazo.
No está claro, pero los investigadores estudian las posibilidades de que una persona contagiada después de vacunarse pueda desarrollar síntomas en el largo plazo.
Las vacunas contra el COVID-19 utilizadas en distintas partes del mundo son eficaces para evitar la enfermedad grave y la muerte por coronavirus, pero algunas personas efectivamente se contagian después de las inyecciones. En esos casos posvacuna, los expertos en salud dicen que las vacunas deberían ayudar a reducir la gravedad de la enfermedad que pueda sufrir el paciente.
Sin embargo, los expertos también investigan si esos contagios posvacuna pueden derivar en COVID-19 persistente, que es el fenómeno en el que las personas sufren síntomas prolongados, que reaparecen o surgen un mes o más después de infectarse. Puede producirse tras una infección inicial grave o en personas que en principio tuvieron síntomas leves o fueron asintomáticas.
Algunas estimaciones apuntan a que en torno al 30% de los pacientes no vacunados de COVID-19 desarrollan síntomas en el largo plazo, como insuficiencia respiratoria, dificultad para concentrarse, insomnio y confusión. Otras infecciones virales pueden producir síntomas similares.
Un pequeño estudio de Israel publicado hace poco encontró lo que parecía COVID-19 persistente en varios trabajadores sanitarios que se contagiaron tras vacunarse. Presentaban síntomas leves como tos, fatiga y debilidad que persistieron al menos seis semanas.
Hay estudios más grandes en marcha.
Los investigadores no saben por qué los síntomas persisten, pero creen que algunos son indicios de cicatrices en los pulmones o daños en otros órganos por contagios iniciales graves. Otra teoría sugiere que el virus podría permanecer en el cuerpo y provocar una respuesta inmune que provoca los síntomas.