Karol se ha aferrado a la vida desde que estaba en el vientre de su madre, quien tenía amenaza de aborto.
Desde hace tres años, Karol es un milagro de vida para su familia. Llegó al Hospital de La Raza del IMSS “muerta en vida”, luego de que le fuera diagnosticada leucemia linfoblástica en 2017.
Llegar a febrero de 2021 con quimioterapias es la meta y, si todo va como hasta ahora, terminaría su tratamiento contra el cáncer para entrar en la etapa de vigilancia sin medicamentos.
Sin embargo, la recta final ha sido una lucha constante con las autoridades de salud por el desabasto de quimioterapias.
Como consecuencia, los menores han recaído y en el peor de los casos han muerto sin su medicamento, cuenta Gabriela Romero, mamá de Karol.
“Nos dicen que [el desabasto] es supuestamente por cambio de fármacos. Explican que antes lo compraba directo el Presidente y que ahora Hacienda hace todos los movimientos.
“Desde el año pasado se llegó al acuerdo de que estaría cubierto hasta diciembre de este año, pero no ha sido así”, dice Gabriela.
La pequeña toma metotrexato cada ocho días, mercaptopurina y voriconazol, este último tiene un costo de 12 mil pesos. La situación ha llevado a la familia a recurrir a organizaciones como Ayúdame a Sonreír Ante el Cáncer A. C., que la ha ayudado a seguir con el tratamiento.
Karol se ha aferrado a la vida desde que estaba en el vientre de su madre, quien tenía amenaza de aborto.
El carácter que la menor ha desarrollado es fuerte, se enoja y regaña a sus dos hermanos mayores y primos.
“En un principio, cuando estuvo en terapia intensiva, me dijeron que tenía 72 horas de vida. Cuando me dicen: ‘Despídete de tu hija’ (…) Con un nudo en la garganta tomé su manita y le dije que abriera sus alas y ella me agarró los dedos y me dijo que no.
“Inducida a coma pudo hablar y me dijo: ‘No’”, relata.
Las punciones lumbares, que es un procedimiento donde se introduce una aguja en la parte inferior de la columna vertebral para obtener una muestra de líquido, ha sido el procedimiento más doloroso para la pequeña.
“Lloraba mucho, pateaba a las enfermeras y las mordía”, cuenta su madre.
La sonrisa de Karol tiene “ventanitas” por la falta de dientes, consecuencia de las quimioterapias a las que ha sido sometida. Además, su cabello se ha caído en al menos tres ocasiones, pero la niña es feliz porque, dice, ya no la tienen que peinar.
Para Karol entender lo que le pasa no ha sido fácil, su madre le explicó los cambios que tendría, pero los miedos y las crisis han sido una constante.
Ha pasado la mitad de su vida entre hospitales y medicamentos contra el cáncer, toma clases en el hospital y así terminó el kinder.
Gabriela explica que en La Raza tienen su propia escuela incorporada a la SEP y así es como cursa primero de primaria: “La maestra nos manda tareas y las hacemos diario”.
El camino se ha vuelto más pesado; sus dosis de quimioterapia subieron y ya no quiere tomarlas, aunado a la falta de medicamentos con la que se ha enfrentado en cuatro ocasiones; sin embargo, su madre sabe que no pueden “tirar la toalla”.
Por esta situación, Gabriela se manifiesta con otras familias afectadas, las cuales han cerrado Circuito interior, exigiendo el derecho de sus hijos a la salud.
“Nos dicen que somos madres inconscientes porque llevamos a nuestros hijos a las marchas, pero les hemos explicado que si tenemos a los niños ahí es porque les tocan laboratorios y quimios (…) Mucha gente no entiende, dice que si ya tienen cáncer y se van a morir, para qué se les dan quimioterapias”, comenta.
Gabriela pide a las autoridades que piensen en los niños que están en cuidados paliativos, quienes necesitan sus medicamentos para no sentir dolor.
Karol ha demostrado una fortaleza que pocos podrían creer de una niña de seis años. De estar en terapia intensiva pesando ocho kilos y medio, hoy está en su casa jugando con su perro.
El cáncer no ha sido sinónimo de muerte para Gabriela, sino un motivo para aferrarse a ser el sustento para la pequeña que no pierde las ganas de vivir.