Las primeras boticas oficiales, estuvieron dentro de los monasterios y conventos. 

Imaginemos a un hombre preparando una pócima con diversas hierbas y minerales, en un lugar lleno de matraces, pinzas, botellas, frascos, morteros, botes y una hornilla; dentro de una tienda o laboratorio farmacéutico; llamada botica, luchando contra las enfermedades o los invisibles ejércitos de la muerte.

Les hablo del ya desaparecido oficio de boticario, aquella persona responsable de una farmacia o botica; que era el establecimiento donde se preparaban los remedios que prescribían los médicos.

Desde el siglo XV, había que obtener título de maestro boticario mediante un examen para poder ejercer la profesión.

Este nombre desaparece al principio del siglo XIX, en el que se regulan los estudios de Farmacia, apareciendo en su lugar el de farmacéutico.

Las primeras boticas oficiales, estuvieron dentro de los monasterios y conventos. En esos lugares era difícil establecer los límites entre lo científico, lo profano y lo mágico.

Aquellos lugares, además, solo podían despachar recetas que contaran con el aval y la firma de los curas de las respectivas parroquias que regían en los barrios.

Por el contrario, tenían prohibido venderle a los brujos o charlatanes. Durante el siglo XIX.

Después de la firma de la Independencia en 1821, se identifica un nuevo concepto, pues pasaron a ser droguerías, es decir, expendios surtidores de medicamentos para farmacias.

La condena de los antiguos boticarios vino a mediados del siglo XX, cuando los medicamentos se industrializaron.

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