Seguimos en los días aciagos provocados por el COVID-19, la primera gran pandemia del siglo XXI
A dos años del brote detectado del mortal virus en Wuhan, Hubei, China; hemos vivido en una especie de novela mundial de entregas periódicas con trama a costa del progreso y felicidad de los pueblos del mundo.
El impacto inicial, la expansión exponencial de la pandemia, las medidas férreas de confinamiento, la fallida inmunidad de rebaño, el surgimiento de las vacunas, la vacunación masiva, la aparición de nuevas variantes de la enfermedad y el regreso con ómicrom a etapas que creíamos superadas, son algunas de las estaciones enunciadas muy generalmente del vaivén que ha colocado en la zozobra a la población mundial.
Nuestra forma de vida imperante ha sido puesta a prueba.
El resultado no ha sido favorable: creamos una forma de vida predominante que pende de hilos endebles.
Forma de vida cimentada en el consumismo, la búsqueda del placer permanente y la obtención del poder a toda costa.
Los pueblos y los gobiernos se hallan en manos de intereses que multiplican su fortuna a cargo de la pobreza de millones (es.euronews.com 25/01/2021):
“Los multimillonarios aumentaron su riqueza en 3,9 billones de dólares (3,21 billones de euros) entre el 18 de marzo y el 31 de diciembre de 2020, y los 10 más ricos experimentaron colectivamente un incremento de 540.000 millones de dólares (444 billones de euros), según Oxfam”.
Sí, el mundo se encuentra inmerso en una pandemia que todavía durará y en una ruta de empobrecimiento que dejará empeñadas las economías nacionales y los hogares de todas las latitudes.
¿Hay esperanza? ¿Dónde quedó la esperanza? ¿Cómo mantener a salvo nuestra interioridad sin caer en las garras de los mismos poderes arriba descritos, pero en su vertiente religiosa?
Sí hay esperanza, al menos de seguir luchando, aunque la razón nos indique que las inercias están comprometiendo el futuro global por lo que resta de este siglo.
La esperanza radica en los corazones de cada uno de quienes no han caído en el desánimo, en los pueblos que se refugiaron en su cultura, en la fraternidad y en sus saberes colectivos.
Muchos han sacado fuerza y están resistiendo desde el arte.
Algunos tomamos a la poesía como nuestra trinchera y atalaya desde donde le hemos puesto el pecho a lo que venga.
Refugiarnos en la poesía nos ha permitido experimentar su poder terapéutico, su consistencia para el establecimiento de puentes intergeneracionales, interculturales e internacionales; su valor social, su transversalidad en el arte, su cimiente filosófica y los procesos autopoiéticos.
Durante el 2020 y el 2021, he escrito, reflexionado y vivido poesía desde diferentes ángulos.
La pandemia me sirvió para asumir a la poesía como mi armadura para transitar los días funestos del COVID-19, y como pasaporte, de lo que me ha quedado claro desde la declaratoria de pandemia de parte de la OMS: son días históricos, lo que hagamos o dejemos de hacer en el trayecto también lo será.
En el pasado la humanidad ha transitado por otras pandemias: la peste bubónica, la viruela, el sarampión, el cólera, entre muchas más.
Cada una ha dejado millones de muertes y afectados.
Ahora, estamos en tránsito de la pandemia que va a marcar, al menos, lo que resta de la primera mitad del siglo XXI.
Es muy probable que a las variantes alfa, gamma, beta, delta y ómnicrom se sumen otras más.
Algo seguro me deja todo esto: la poesía ha atestiguado todos esos escenarios.
Sea lo que falte por vivir y lo que venga mientras cerramos el capítulo del coronavirus la poesía seguirá, y con ella siempre la posibilidad de tener al alcance sus bondades.
Quienes nos hemos asido a la poesía para vivir todo esto lo hemos hecho a una fuente vital y cambiante.
A propósito cito la respuesta de Ana Blandiana, la poeta, prosista y ensayista más importante de la literatura rumana contemporánea, ante la pregunta ¿cree que «la poesía puede salvar el mundo»? (Entrevista de Viorica Patea. prodavinci.com. 2/11/2019):
Sí, estoy absolutamente convencida de ello. Por muy absurdo e imposible que parezca, creo que nos podemos salvar en la medida en que volvamos a la poesía y al arte. En este caso, el término poesía tiene un sentido genérico y significa una espiritualidad muy alta. Malraux pronunció una frase célebre que se ha repetido hasta el infinito: «El siglo XXI será religioso o no será en absoluto». Pues, bien, no sé si será religioso, pero sí espiritual. Es evidente que en este siglo hay cada vez más gente que ha llegado a la convicción de que el consumo no lo es todo, que no es suficiente comprar cada vez más cosas o vestirse con más cosas, que hay que volver a la concepción antigua de que el individuo no es sólo materia sino también espíritu. Y, tal vez, el número cada vez mayor de festivales de poesía sea una prueba de esto. O tal vez, esto era así antes de la crisis…
Me quedo seguro de algo en medio de todo esto: pandemias vendrán y se irán, pero la poesía permanecerá.
Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com) es escritor y educador permanente. Dirige Sabersinfin.com