El recorrido virtual termina en la capilla familiar, un espacio acogedor, llamativo, barroco, que vale la pena conocer y disfrutar.

El Museo Casa del Alfeñique ha dejado ver, por medio de un recorrido virtual, por qué es un recinto importante para la cultura de Puebla: por su arquitectura, por su colección y por su historia; todo esto en el marco de su 94 aniversario como museo y en espera a que reabra sus puertas tras la emergencia sanitaria causada por el Covid–19. 

Fundado el 5 de mayo de 1926 como primer museo estatal, el edificio del siglo XVIII muestra las características barrocas que lo integran: su patio central, sus tres niveles, su estructura de cantera, ladrillo y talavera, su capilla familiar y su argamasa blanca que le llevó a ser conocido como “la casa de confite” o la “casa de alfeñique”, por su parecido al dulce típico poblano de betún blanco con formas abigarradas y luminosas.

A través del sitio de facebook del organismo público descentralizado Museos Puebla, de la Secretaría de Cultura estatal, la directora del recinto, Patricia Vázquez Olvera, da un recorrido por este museo que estuvo cerrado durante 14 meses por los daños que le provocó el sismo del 19 de septiembre de 2017.

De paso, relata que sus nueve salas cuentan con nuevas propuestas museológicas y museográficas que incluyen nuevos temas y objetos provenientes de la colección propia del museo, así como de otros del propio organismo y de colecciones privadas. “Sacamos objetos que tenían varios años resguardados”.

De inicio, la funcionaria estatal muestra la primera sala en la que se cuenta la historia de la casa, cuyo propietario fue Antonio de Santamaría Inchaurregui, quien la compró en 1785 en 3 mil pesos oro y contrató a Juan Ignacio Morales, un maestro herrero que se tardó cinco años en construirla y decorarla como se conoce ahora. “La misma gente le puso el nombre de alfeñique que es un dulce típico poblano, conocido y consumido entonces, pero que ahora solo se hace para el día de muertos”.

La historia continúa cuando el gobernador Claudio N. Tirado, en 1926, la donó para que fuera el primer museo del estado, hecho del que se aprecian algunas fotografías y detalles de la primera museografía de la época, incluida el acta fundacional del museo firmada el 5 de mayo de 1926; incluso, para narrar la historia del museo hasta el presente y los daños que tuvo por el sismo, se presentan imágenes de los daños que tuvo.

En otra sala, refiere Patricia Vázquez, se cuenta la historia de la China poblana, en una nueva museografía que incluye piezas de otros museos como el Bello y González, la Palafoxiana, la exfábrica La Constancia, y de particulares como Fabián Valdivia y Arnulfo Allende, así como una donación de la fábrica Talavera de la Reyna.

El recorrido virtual sigue en el segundo nivel con la casa habitación que muestra la manera en cómo vivían las familias, las características de la habitación misma –cama con pabellón, un bacín y un aguamanil, y porque es representativa arquitectónicamente. Una de sus características es la imagen de san Cristóbal que corona las escaleras antiguas y representativas de piso de cantera.

De este piso, además, destaca el Salón Rojo, que era la sala de recepción, un salón donde recibir a los visitantes y se hacían las tertulias, atiborrado de elementos barrocos, en un ambiente tradicional y poblano. Otro espacio singular el despacho, un espacio del dueño de la casa para atender a amistades y asuntos de trabajo, en el queda evidente lo que se podía presumir: relojes, monedas y armas. Otros más son el antecomedor, un espacio pequeño, cómodo y cálido, que va seguido del comedor, un lugar espacioso para recibir a la familia que era numerosa, pues Juan Ignacio Morales tuvo ocho hijos que tenían que convivir.

En este espacio, detalla la directora del museo, se puede ver una de las intervenciones arquitectónicas que se hicieron con el sismo: un reforzamiento con columnas de concreto, una frente a otra, para que “tenga más seguridad en sismos futuros”. La remodelación, además, llevó a hacer calas en las paredes que llevaron que encontrar los colores originales de cada habitación, que permiten adentrarse mejor en el espacio familiar de la época.

Apunta que una de las características es su cocina típica poblana, de la que se usaba cada objeto: arroceras, ollas para café o frijoles, profundas para hacer moles. Destaca el “garabato”, desde donde se colgaban las carnes y otros productos para que se mantuvieran frescos, además del espacio fresco en el que se “serenaban” las cazuelas con comida, para que no se echaran a perder. Este espacio ni con las remodelaciones ni con el sismo ha tenido daños, como dan cuenta las fotografías halladas en las primeras salas en las que se incluye la imagen de san Pascual Bailón, patrono de las cocineras.

El recorrido virtual termina en la capilla familiar, un espacio acogedor, llamativo, barroco, que vale la pena conocer y disfrutar, en la que se conservan las piezas, los óleos y los objetos originales, para que se pueda conocer el espacio como era antaño.

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