El Cinco de Mayo, papá ya había ido a la carnicería La Lonja a comprar un buen trozo de pierna de carnero, y sobre la 3 sur, papas, ejotes verdes y cilantro;
Cinco de Mayo: La fecha que ha marcado a generaciones de poblanos por las más diversas razones. Yo sólo puedo recordar a mi papá exclamando: ‘¡Seguro llueve, este día siempre llueve en Puebla!’ exclamaba eufórico, después de pasar los primaverales meses de marzo y abril, los más calurosos y secos, en el esplendoroso Valle rodeado de volcanes.
Temprano me vestía con pantalón gris de paño, zapato negro recién boleado, camisa blanca de manga larga, corbata negra y saco de lana azul oscuro: vaya, lo ideal como para pasar varias horas al intenso rayo de sol matutino.
Me llevaba papá a un sitio pactado por la escuela, sobre la 25 poniente y 15 sur, en una explanada enorme donde nos agrupaban a todos los chamacos que desfilaríamos esa mañana.
El contingente partía hacia las 9 de la mañana y desfilábamos cantando el Himno Nacional, al ritmo de tambores y trompetas, desde ahí sobre la 13 sur rumbo al Paseo Bravo y de ahí por Reforma hacia el Zócalo. Pasando frente a casa de los abuelos en frente al Paseo me fijaba si estaba la Familia, que gritaban al saludarme desde las rejas de los balcones.
Llegando a la esquina de San Marcos sobre Reforma, el calor y el ruido empezaban a hacer estragos: los chamacos caían como frutos maduros al suelo por la insolación, con la consecuente corretiza de las maestras que los levantaban uno a uno y les daban naranjas partidas a chupar.
El desfile acababa a pocas cuadras después del Zócalo frente a San Roque, donde se estaba la estación de autobuses foráneos, y las hasta entonces rígidas columnas se disolvían, los chamacos corrían a comprarse paletas heladas que varios vendedores ofrecían en carritos metálicos con campanillas que tintineaban insistentemente. Yo corría a casa a comer.
Papá ya había ido con mis demás hermanos a la carnicería La Lonja cerca al Perpetuo Socorro a comprar un buen trozo de pierna de carnero, y sobre la 3 sur, papas, ejotes verdes y cilantro; la noche anterior ya había puesto a remojar garbanzos en agua fría. Una vez bien cocidos, los niños nos dedicábamos a quitarles el pellejito a mano, mientras la carne hervía con cebolla, ajo, hojas de laurel y sal.
Una vez cocida la carne, papá colaba el caldo, agregaba mitades de papas y ejotes cocidos y los garbanzos. Para servir, acompañaba a un trozo de carnero con un cucharón de caldo bien caliente, con cilantro, cebolla y chiles serranos verdes finamente picados, además de gotitas de limón.
Después del desfile, un Puchero sólo podía saber a la mejor demostración de cariño. Y siempre, a la hora de la comida y antes de las 3 de la tarde, truenos y relámpagos antecedían a la profecía poblana: un fuerte chaparrón sellaba la tradición, la reconfortante humedad entraba por las ventanas y el más elocuente olor a tierra mojada nos hacía recordar, la maravilla de Ciudad en la que vivíamos.
¡Charlemos más de Gastronomía Poblana y ‘’a darle, que es Mole de Olla’’! #tipdeldia: ¡un buen caldo caliente es lo mejor para un caluroso día y más en Cinco de Mayo!