Esta mujer ha pasado más de dos décadas defendiendo la importancia de las mujeres en la religión.
En una sociedad que exige que las mujeres «miren a su hijo como su jefe y a su marido como su dios», la monja budista Ketumala es un caso aparte.
La mujer, de 40 años, se fue alejando de la imagen que tenía de sí misma cuando era una adolescente y se imaginaba casada y con hijos y, en lugar de ello, ha pasado más de dos décadas defendiendo la importancia de las mujeres en la religión.
Las túnicas granates y las cabezas rapadas de los monjes de Birmania son conocidos en todo el mundo, pero del gran número de monjas que tiene el país, que se calcula que supera las 60.000, poco se habla.
A causa del arraigado patriarcado -la creencia de que las mujeres son inferiores es bastante común y la discriminación está al orden del día-, las monjas -que también se afeitan la cabeza pero visten de rosa- son víctimas frecuentes de maltratos.
«Cuando un hombre se hace monje, la gente siempre le aplaude, diciendo que es bueno para la religión y que la hará mejorar, pero cuando una mujer se hace monja, la gente siempre piensa que esto se debe a un problema», explica Ketumala.
«Creen que es un lugar para mujeres pobres, viejas, enfermas, divorciadas o que necesitan ayuda», añade.
Ketumala, de carácter rebelde y sin pelos en la lengua, probablemente sea la monja más conocida de Birmania, y creó la Fundación Dhamma School, que gestiona más de 4.800 centros de educación budista para niños en el país.
Sin embargo, advierte que muchos de estos siguen siendo tratados con desprecio: los conventos de monjas funcionan con donaciones pero no cuentan con el respeto que tienen los monasterios, y tienen dificultades para encontrar fondos.
En el peor de los casos, a algunas monjas se las maltrata, incluso por pedir limosna.
«A veces las acosan en plena calle», explica.
– Superstición y discriminación –
La batalla de Ketumala para que el budismo respete y reconozca a las monjas evoluciona en paralelo al desafío más amplio que viven las mujeres en la moderna Birmania.
Aung San Suu Kyi quizá sea el rostro de la nación, pero su papel en la cúspide del gobierno civil oculta en realidad la falta de mujeres en las posiciones de poder en Birmania.
Solo el 10,5% de las diputadas son mujeres, aunque esa ratio podría mejorar tras las elecciones de noviembre, según los sondeos.
Las leyes suelen estar hechas por los hombres, para los hombres, y los activistas por los derechos civiles advirtieron que la violencia contra las mujeres está tan extendida que la sociedad la ve como algo normal.
También están muy extendidas las supersticiones en torno a las mujeres: está mal visto que se lave la ropa de las mujeres junto a la de los hombres, incluso dentro de una misma familia, por miedo a que los hombres pierdan su masculinidad.
En el ámbito religioso, en algunos templos las mujeres tienen vetada la entrada y nunca deben sentarse por encima de los hombres.
Ketumala afirma que ella tiene muy poco poder para que todos los cambios que le gustaría se hagan realidad.
«Las decisiones sobre todos los asuntos que atañen a las monjas vienen de los monjes», explica.
Incluso crear la fundación fue una verdadera lucha, pues según cuenta, los primeros monjes a los que acudió para que la apoyaran en su proyecto no quisieron respaldarla, ni siquiera aunque pensaran que era una buena idea.
«Para mí, se trataba de hacer cosas buenas juntos por la religión y por el país. Pero me di cuenta de que los monjes tienen egos… no querían verse implicados porque la idea era de una monja», comenta.
Cuando se lanzó el proyecto, ni siquiera la nombraron para un cargo ejecutivo y le dieron el puesto de «secretaria». Al final, se vio forzada a renunciar cuando los monjes tomaron el control de la dirección.
– Control de la mente –
Ketumala reconoce que cuando era joven no le interesaba la religión, pero encontró su camino hacia la luz leyendo sobre las filosofías budistas, como los libros de Sayarday U Zawti Ka.
«Solía creer que el éxito se medía con los bienes materiales -los títulos y la propiedad- pero más tarde me di cuenta de que quienes pueden controlar y dominar la mente son los únicos que tienen éxito», sostiene.
Su familia estaba en contra de que se hiciera monja, pues temía que acabara siendo una marginada, y dejó de hablarle durante años, aunque ya se han reconciliado.
Ella siguió adelante pese a la oposición de su entorno e incluso estudió dos carreras en Estudios Budistas mientras completaba su formación.
Ketumala admite que no hay muchas esperanzas de que las monjas alcancen el mismo estatus que los hombres, pues aunque algunos historiadores aseguren que antaño se ordenaba a las monjas en el Budismo Theravada, que se practicaba en Birmania y en buena parte del sureste asiático, esta escuela murió hace más de 1.000 años y no hay modo de revivirla.
Aún así, está decidida a marcar la diferencia para las decenas de miles de religiosas del país, para que puedan «hacer un mejor uso de sus capacidades».
En 2016, lanzó un programa de empoderamiento para monjas jóvenes y está planeando crear una organización que enseñe temas como el arte del liderazgo y la gestión de equipos.
«El instituto proporcionará las herramientas que necesitan fuera del convento, sobre todo para el desarrollo de su comunidad», explica.
Para Ketumala, la mejor manera de conseguir un cambio es encontrar aliados y amigos por toda la sociedad, incluyendo a los monjes, en lugar de crear «enemigos».
Pero «los conservadores están por todas partes, así que la situación no da lugar a que haya demasiado espacio para preguntar por los derechos de las mujeres», matiza.