No tendría ni por qué estar escribiendo esto, pues son cosas que no deberían pasar. Ni el hecho tan horrible que le arrebató la vida a una mujer.

El caso de Ingrid nos horrorizó en los días pasados y más allá del delito que debiera suponer filtrar ese tipo de material, lo deshumanizados que estamos como sociedad para compartir ésas imágenes, la responsabilidad de los medios en la normalización de la violencia y lo horrible del hecho en sí, quisiera hablarles de lo que supone atravesar un duelo público.

El duelo, es un proceso tremendamente doloroso de adaptación a un mundo donde el ser querido no está. Suele vivirse en compañía de los cercanos y requiere de hablarse para superarlo, pero no en demasía o podríamos quedar atrapados en un duelo patológico que no mejora con el tiempo.  Al principio, suele estar asociado a los recuerdos e imágenes de la causa de muerte o a sus últimos momentos y cuesta mucho trabajo recuperar recuerdos más allá de la muerte.

En casos como el de Ingrid, donde alguien sin ningún tipo de respeto, de empatía o humanidad fue capaz de filtrar esas imágenes, estará provocando que para los seres queridos de Ingrid, esas imágenes queden grabadas con un profundo dolor, pensando cuánto pudo sufrir y se harán preguntas que dolerán con tan sólo formularlas, haciendo que su duelo se torne aún más complicado.

Un duelo público supone por una parte, apoyo de un gran número de personas que genuinamente muestran interés y preocupación, pero también conlleva opiniones negativas o los “debería” hacia ella misma o hacia la familia, que quedan dando vueltas en la cabeza. Por otra parte generan la revictimización de los seres queridos que constantemente se encuentran reviviendo lo sucedido, ya no solo como pensamientos que aparecen en lo profundo de cada uno, sino a través de los medios, las redes sociales y conversaciones de gente que ni conocen.

Todas las muestras de solidaridad que han habido, les pueden ser muy útiles a la familia, pero desgraciadamente no dudarán lo suficiente para brindar apoyo durante el tiempo que lo requieran, pues en un tiempo se olvidará por otro desafortunado caso o porque simplemente surgirán otras noticias que captarán nuestra atención y entonces la familia se sentirá desamparada y puede representar una recaída en su proceso de duelo, pues de pronto ya no estará este gran apoyo que existe ahora.

Un duelo público, suele tener todos los elementos para convertirse en un duelo patológico pues se trata generalmente de muertes repentinas o violentas, se revive constantemente la causa de muerte, quedan muchas preguntas sin respuesta y un gran apoyo inicial que decae con el tiempo hasta desaparecer y esa causa que por un tiempo traspasó las paredes de lo privado para saltar al ojo público, regresa al ámbito privado, fuera de tiempo.

Debemos madurar como sociedad y debemos entender que detrás de cada muerte, de quien sea, hay una familia sufriendo, una familia que está intentando hallar un sentido, que está intentando reorganizar toda su vida tras lo ocurrido. Exijamos que las autoridades cuiden las escenas del crimen, que los medios traten con respeto las notas que involucren muertes y eviten dar detalles morbosos aunque esto “venda” y seamos más empáticos y humanos con lo que compartimos. No son escenas de CSI, sino los restos de alguien que merece respeto por el solo hecho de ser humano. Más allá de ser una mujer o un hombre, se debe respetar su dignidad humana.

No tendría ni por qué estar escribiendo esto, pues son cosas que no deberían pasar. Ni el hecho tan horrible que le arrebató la vida a una mujer, ni la filtración de ése material que no debió darse a conocer. Sin embargo estamos en una sociedad tan deshumanizada donde ocurre lo uno y lo otro.

Lo que me queda decir, es que todos hemos atravesado seguramente por un duelo y lo único que esa familia necesita es empatía. Tan solo pongámonos un momento en sus lugares y sabremos exactamente qué podríamos hacer para ayudar y todavía podemos llevarlo más allá, al ser más sensibles con quienes nos rodean.

Estoy convencida de que los grandes cambios empiezan en uno mismo y si logramos en nuestro entorno más inmediato ser más empáticos, sensibles y respetuosos, iremos permeando poco a poco esos valores nuevamente a esta sociedad que tanto lo necesita.

Con mucho pesar, me despido esperando que nuestra sociedad aprenda a respetar el dolor ajeno.

Recuerden que esperamos sus comentarios a través de nuestras redes sociales.

¡Hasta pronto! Nos leeremos nuevamente desde el diván.