Como mujeres estamos muy acostumbradas a amar a los demás, en vez de a nosotras mismas y por eso, cuando alguien nos trata bien, nos confundimos pensando que es amor.

Justamente en éste mes de marzo que ha iniciado en nuestra ciudad con movilizaciones organizadas por los estudiantes para pedir mayor seguridad, se conmemora (no, no se celebra) el día de la mujer y precisamente, se busca que la conmemoración nos recuerde que hubieron mujeres que dieron sus vidas en la lucha por mejores condiciones de trabajo y que los derechos de los que ahora gozamos, son resultado de una lucha continua para ser tomadas en cuenta.

Sin embargo también las conmemoraciones nos deben servir para ver qué camino nos falta por recorrer y desgraciadamente, nos pegan de frente los feminicidios y la violencia normalizada hacia la mujer, así como como la prevalencia del machismo.

Creo que la materia que como género tenemos pendiente, es el amor propio. Ya hablaba en la entrega pasada, sobre aprender a ser hermanas en todo momento y no sólo cuando hay marchas o actos públicos pero ¿cómo podemos lograrlo? Aprendiendo a ser más que una hermana para nosotras mismas, aprender a amarnos, a respetarnos, a relacionarnos adecuadamente para que podamos reconocer el amor sano y sus manifestaciones.

No podemos apartarnos del hecho de que muchas mujeres ha sido asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas, es decir, que alguna vez confiaron en ellos, que muchas de ellas ya se habían quejado de violencia previa pero ¿por qué lo permitimos? ¿Por qué no nos damos cuenta de que son violentos? Porque no sabemos amarnos y nos conformamos con lo que se nos dice que es amor.

Creo que si bien la lucha que han librado tantas mujeres a lo largo del mundo y en tantos ámbitos distintos, nos ha traído muchas libertades y derechos, nos toca ser la generación de mujeres que luche por el amor propio, por la paz y el bienestar.

Los estudiantes nos dieron una gran muestra de civilidad a la hora de luchar por sus derechos y como mujeres nos toca justamente aprender de ellos la civilidad, pues no podemos pedir que se acabe con la violencia hacia la mujer, con la misma violencia que reprobamos.

Debemos exigir lo que merecemos, pero no sólo hablo de políticas públicas, sino de verdadera sororidad, que no se trata tan solo de impulsar la solidaridad entre las mujeres como una finalidad en sí, sino como un apoyo real entre nosotras para lograr cambios en una sociedad que es hostil hacia la figura femenina, pero debemos empezar por las mismas mujeres, que muchas de las veces somos los jueces más severos con nosotras mismas y con otras.

Estamos tan acostumbradas a ver por las necesidades de otras personas, que nos olvidamos de nosotras mismas. Todos los días tengo en mi consultorio mujeres de varias edades que no saben cómo empezar a quererse, que no se han dado cuenta del lugar que ocupan en sus propias vidas y eso, es justamente el inicio de relaciones que no son sanas.

Ya hemos hablado antes del amor propio y de la diferencia con el egoísmo, pero como mujeres estamos muy acostumbradas a amar a los demás, en vez de a nosotras mismas y por eso, cuando alguien nos trata bien, nos confundimos pensando que es amor y pasamos por alto todas las señales de alarma que nos dicen que nos puede hacer daño, pues estamos agradecidas de que alguien nos brinde atención y aparentemente, amor.

Creo que en esta sociedad tan violenta, debemos empezar por querernos, tan profundamente, que no permitamos ningún comportamiento que no merezcamos y eso hará que resulte más sencillo unirnos no solo con otras mujeres, sino con toda la sociedad en general y entonces lograremos un cambio.

Una pregunta muy común, es ¿cómo empiezo a quererme? La respuesta es simple: empezar por hacer por nosotras mismas, lo que haríamos por los demás. Es decir, desde preguntarnos cómo estamos, hasta dedicarnos un momento para hacer algo que nos guste (ya sé que dirán que no tienen tiempo, pero les aseguro que si se tratara de dedicar un tiempo para alguien más, encontrarían la forma) tratarnos amablemente, erradicar todos los comportamientos violentos hacia nosotras mismas, desde el lenguaje, hasta el ignorar nuestras necesidades.

Como he repetido antes en éste espacio, la lucha contra la violencia tiene que empezar desde casa, pero sobre todo desde nosotras mismas y entonces el apoyo entre mujeres y la construcción de una sociedad más equitativa y menos violenta, será real.

¡Hasta pronto! Nos leeremos nuevamente desde el diván.

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