La violencia cotidiana se manifiesta a través de la descalificación, del silencio, la falta de responsabilidad, la nula consideración a los derechos y necesidades ajenas.
A raíz de los últimos hechos violentos, como lo fueron los tiroteos en EUA en días recientes y los que se puedan acumular para cuando lean esto, se hace obligatoria una reflexión sobre la violencia y su normalización. Para empezar, tenemos que partir de la definición que hace la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que se refiere a ella como el uso deliberado de la fuerza física o el poder, contra una uno mismo, otra persona, grupo o comunidad que cause lesiones, muerte, daño psicológico, trastornos de desarrollo o privaciones.
Quizás pensemos que las definiciones están de más, pero aunque existen numerosos materiales acerca de la violencia y somos muy capaces de reconocerla en gran medida y muchos estamos cansados de la sobre exposición que hay en los medios, hoy quiero hablar de aquella con la que convivimos todos los días, aquella que parece sutil e inofensiva pero no lo es. ¿A qué me refiero? A la violencia cotidiana, ésa que se cuela en el lenguaje, en las bromas, en las interacciones diarias y que está presente en muchos de los ámbitos en los que nos desarrollamos y hasta en la relación con nosotros mismos.
La violencia cotidiana está disfrazada y por eso no la distinguimos con tanta facilidad, pero también lastima y puede llegar a matar nuestras ideas, nuestros proyectos, nuestra seguridad o autoconcepto. La violencia cotidiana se manifiesta a través de la descalificación, del silencio, la falta de responsabilidad, la nula consideración a los derechos y necesidades ajenas, a la minimización del malestar y se disfraza de bromas, de autoridad y de constantes: eres demasiado sensible o no te lo tomes tan personal.
La violencia cotidiana puede ser ejercida por la familia, los amigos, la pareja, el entorno laboral e incluso por desconocidos, a través de las redes sociales y tiene como componente principal, la falta de responsabilidad. Es preocupante lo acostumbrados que estamos a éste tipo de violencia, a sentirnos culpables por los comportamientos de otros o de enfrentarnos con miedo a figuras de autoridad abusivas, en el entorno educativo o incluso laboral de quien toleramos dichos comportamientos porque es lo normal, pero no, no es normal sentir malestar cuando nos expresamos, no es normal sentir miedo por la reacción de alguien, no es normal que se burlen de nuestras ideas, apariencia, comentarios o proyectos. No, no es normal que nos dejen con la palabra en la boca o nos apliquen la ley del hielo cuando se molestan con nosotros, ni tampoco es normal que nos bloqueen de redes sociales mientras se les pasa el enojo.
Tampoco es normal convertir la violencia en una forma de entretenimiento, como lo hacen los autodenominados troles o haters que hacen de los insultos, la violencia y la burla, su modus vivendi. A menudo ocultos tras el anonimato que ofrecen las redes sociales, incitan a la violencia a través de supuestos comentarios agudos o ácidos, que no son más que ofensas que no hacen más que revelar la falta de argumentos y responsabilidad de quien las emite.
No es normal nada de lo anterior, pero desgraciadamente sucede y con más frecuencia de lo que imaginamos. Debemos asumir que todas nuestras relaciones, ya sean afectivas, laborales, familiares o meramente sociales, deben basarse en la equidad y correspondencia, es decir, que debemos recibir en la misma medida que damos y si brindamos respeto, no debemos conformarnos con menos. Entendamos que los silencios lastiman, que los gritos no significan autoridad, que las bromas que sólo son divertidas para una parte, son burlas que no debemos tolerar y que las relaciones deben brindarnos bienestar y no ser una fuente de angustia o miedo.
No sólo las armas matan, así que seamos más responsables con nuestras palabras, con nuestras acciones y entendamos que está en nuestras manos, ayudar a que éste mundo sea un poco menos violento. Empecemos desde casa, procurando un ambiente más amable y respetuoso, enseñando a los niños a no herir con las palabras o el silencio, a ser responsables de su enojo y a manejarlo de una forma saludable, recordando siempre que el ejemplo es lo que arrastra.
Espero que lo anterior les haya hecho pensar un poco en sus propios entornos y si reconocen éste tipo de violencia, no la permitan aunque sea normal. Recuerden que como siempre, esperamos sus comentarios a través de nuestras redes sociales.
¡Hasta pronto! Nos leeremos nuevamente desde el diván.