Los invito a no dejar pasar esta fecha sin quedarse con una reflexión y un aprendizaje que podamos aplicar a diario.
El 19 de septiembre no es una fecha que pueda pasar desapercibida en nuestro país, pues está relacionada con eventos que vivimos todos, ya sea de manera directa o indirecta. Se recuerda cada año la terrible coincidencia de dos sismos ocurridos en 1985 y en 2017 que arrebataron no sólo vidas, sino también el patrimonio y la tranquilidad a muchas familias en varias ciudades.
Me atrevo a decir que todos recordamos perfectamente lo sucedido en el último sismo, cuando el martes 19 de septiembre de 2017 a las as 13:14:40 horas, con una magnitud de 7.1 la tierra se estremeció, poniendo a prueba todo lo aprendido en años de simulacros y al menos en mi experiencia debo decir que no sirvió de mucho, pues me encontraba en un centro comercial que no parecía no tener un protocolo de emergencias.
Como sucede en este tipo de situaciones, fuimos los mismos ciudadanos quienes nos organizamos para buscar un sitio seguro y llevar allí a quienes se quedaban paralizados por el miedo, pero nos enfrentamos al hecho de que el punto de reunión del centro comercial se encontraba sobre el estacionamiento, lo que hacía que se sintiera tan frágil, que optamos por buscar otro más seguro, lo cual teniendo a pie de calle la Vía Atlixcácotl no fue sencillo. Los segundos parecían horas y la imposibilidad de comunicarse con los seres queridos los hacía aún más angustiantes, pero afortunadamente estaban esos extraños que en medio de las tragedias se vuelven amigos que trataban de dar apoyo y compartir la poca información que iban teniendo.
Cuando el sismo terminó, nos despedimos con buenos deseos pues todos sabemos que aún no termina la pesadilla y cuando nos reunimos con los seres queridos viene el recuento de quienes ya se reportaron y de quienes aún no, la información comienza a fluir y entonces la preocupación se vuelca en aquellos que se encuentran en las zonas más afectadas. Hasta que se logra tener un mensaje sabiendo que están bien, se logra un poco de tranquilidad que no deja que se abandone el estado de alerta, pues sabemos que puede haber réplicas.
Es inevitable hablar no sólo de lo que está pasando, sino también recordar lo que sucedió en el sismo de 1985, ocurrido el jueves 19 de septiembre a las 07:17:47 alcanzando una magnitud de 8.1y del que todos hemos leído o escuchado, pero en éste momento las historias tienen nombre y rostros de seres queridos que traen a la memoria lo que estaban haciendo, lo que sintieron y la descripción de aquellas imágenes que inundan cada aniversario.
A pesar de que son historias que se han contado antes, no dejan de ser estremecedoras y dignas de cualquier película que aborde el “fin del mundo” como muchos lo sintieron ése día que quedará grabado en la historia y que en mi memoria familiar está asociada al fallido funeral de mi querida tía abuela que acababa de partir y cuyos restos no pudieron tener el final que quería, pues las carrozas se destruyeron y la logística en medio de una Ciudad de México devastada, fue imposible.
Los relatos de mi familia que vivían en la Colonia Roma, giran en torno a los edificios que vieron caer, al miedo a dormir, a la escasez de agua, la imposibilidad de comunicarse con familiares que vivían en otros estados, pero sobre todo a la solidaridad de la gente que no fue insensible a la tragedia de otros y que compartían lo que tenían, organizaban el tráfico, el reparto de agua o los recursos que iban recibiendo, incluso sacaban con sus propias manos a quienes se encontraban atrapados debajo de los escombros sin distinguir absolutamente nada, pues en ése momento todos eran iguales: eran sobrevivientes, demostrando que para brindar ayuda tan sólo se requiere de voluntad y en esos momentos no hay aportaciones pequeñas.
Éstas escenas se volvieron a repetir exactamente igual en ése martes de 2017, donde las redes sociales hicieron la diferencia al poder acercar no sólo información, sino recursos a quienes trabajaban bajo la lluvia con la esperanza de seguir añadiendo nombres a las listas de sobrevivientes y a través de las mismas, todos conteníamos el aliento cuando transmitían los rescates, esperando un final feliz que desafortunadamente no llegó para muchas familias.
Esta misma inmediatez de la información, hizo que a pesar de la distancia, viviéramos junto a sus protagonistas, angustiantes horas de rescate y fuéramos testigos del flagelo de la corrupción en nuestro país, que desgraciadamente cobró muchas víctimas a través de malas prácticas en construcción. Desafortunadamente tenemos una memoria a corto plazo y no pensamos ya en quienes a la fecha, siguen esperando reconstruir sus casas y recuperar algo de lo perdido.
De todas las historias y recuerdos, me quiero quedar con la certeza de que tenemos la capacidad de dejar de lado todas nuestras ideologías para unirnos como seres humanos, que entendemos que la tragedia no distingue a nadie y que el dolor es el mismo. Me quedo con la solidaridad de la que somos capaces, pero quisiera que no tan sólo saliera a flote en las grandes tragedias, sino que saliera en pequeñas dosis en el día a día para hacernos más sencillo el tránsito por la vida.
Los invito a no dejar pasar esta fecha sin quedarse con una reflexión y un aprendizaje que podamos aplicar a diario. Recuerden que esperamos sus comentarios a través de nuestras redes sociales.
¡Hasta pronto! Nos leeremos nuevamente desde el diván.