kahloFoto: Especial

La Frida Kahlo que sostiene la mirada desde el óleo no es el hueso y la carne que su familia sepultó hace 70 años, cuando la vida de la artista mexicana se apagó el 13 de julio de 1954.

En “Diego y yo” se representa, como en el resto de sus autorretratos, con símbolos que aluden lo mismo a un cuerpo herido que a un espíritu firme.

En el óleo lleva el pelo suelto de un león y el rostro fuerte, sereno, aunque de sus ojos caen tres lágrimas. En su frente aparece el rostro de su marido, el también artista Diego Rivera, y en el centro de la cabeza de Rivera, un tercer ojo.

Que “Diego y yo” se convirtiera en la pintura latinoamericana más cara jamás subastada —en casi 35 millones de dólares— tiene una razón de ser.

A siete décadas de su muerte, Kahlo aún conecta y conmueve. Enmudece a espectadores en museos. Mantiene el interés de los fanáticos que llevan su imagen en bolsos, camisetas y gorros. Inspira los selfis que los turistas se toman en Ciudad de México, cuando visitan su preciosa Casa Azul.

“Frida trabajó el poder del individuo”, dice la investigadora y curadora del arte Ximena Jordán. “No está haciendo un culto al ego porque no se retrata como era, sino que se auto-crea, se re-crea”.

Su obra transmite que todo individuo es vasto, complejo y poderoso. Rompe la distancia que sus contemporáneos mantuvieron con sus espectadores al crear piezas que exploraban, sobre todo, el progreso, la máquina y los juegos de poder.

Kahlo, en cambio, se siente cercana. En obras como “El venado herido”, que alude a la imaginería del mártir en el catolicismo, retrata la dimensión espiritual de su vida y plasma aquello que se puede tocar, sentir, sufrir.

“Yo conecto con su corazón y sus escritos”, cuenta Cris Melo, una artista estadounidense de 58 años que vive en California y ha inspirado parte de su obra en Kahlo. “Tenemos el mismo lenguaje del amor y una historia similar de angustias”.

Melo, a diferencia de Kahlo, no sufrió un accidente de autobús que le perforó la pelvis y le heredó una vida de cirugías, abortos y la amputación de una pierna. Pero sí sabe de dolor físico y en medio de ese sufrimiento, de esos años de sentir que la resiliencia se le escapaba, se dijo: “Si Frida pudo con esto, yo también”.

“Los autorretratos de Frida son un recordatorio de que todos tenemos muchas maneras de ejercer y realizar el poder que nos dio la vida. O Dios, por decirlo de alguna manera”, agrega Jordán.

Como otros que compartían una ideología marxista, Kahlo pensaba que la Iglesia católica era castrante, inquisidora y racista. La desdeñaba como todo artista forjado en un contexto modernista y posrevolucionario, pero a la vez comprendió que en la devoción al catolicismo hay una dimensión espiritual que beneficia a los humanos.

En su obra y el hogar que compartió con Rivera, las imágenes y símbolos religiosos abundan.

La Casa Azul, por ejemplo, preserva su colección de 473 exvotos, pequeñas pinturas que algunos católicos ofrendan como agradecimientos por milagros o dones recibidos. No se sabe el momento exacto en el que la artista comenzó a coleccionarlos, pero se calcula que fue desde los años 30 y que muchos fueron obsequios.

(THE ASOCIATED PRESS)

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