Para muchos es un privilegio tener buena memoria; no niego su utilidad en mi trabajo como periodista, pero también es una pesadilla recordar
A finales del año pasado me quejé amargamente, desde mi cuenta de Twitter, que odio los recuerdos que Facebook nos manda cada mañana. Para mucha gente es un gran privilegio tener buena memoria y no niego que me ha resultado de gran utilidad en mi trabajo como periodista, pero también es una pesadilla recordar que a Laura, la primera mujer de la que me enamoré en mi vida, la conocí el 23 de noviembre de 1989 en el autobús 16-4098 de la ruta 59, que corría del metro División del Norte a Xochimilco. ¿De qué me sirve acordarme que aquella mañana vestía unos Reebok negros de bota, mis Levi’s 501 de toda la vida, una desgastada chamarra del ejército de los Estados Unidos y la camiseta del «Toxic waltz», el LP que la banda californiana de thrash metal Exodus había sacado meses atrás?
Laura me rompió el corazón el 8 de marzo de 1990 cuando me dijo que le gustaba mi primo Abraham y esa misma fecha, una década después, tuve mi primera decepción laboral que terminaría, ocho meses más tarde, con mi salida de la sección deportiva del periódico Reforma.
Ahora ya apunto todo, pero durante años mi privilegiada memoria me sirvió para recordar detalles insignificantes de muchos partidos o transmisiones de futbol. Por cierto, el día que nació mi hija, Pumas derrotó 2-0 al Querétaro y la primera vez que la llevé a CU, Universidad se sobrepuso de una desventaja de dos goles y empató 3-3 ante el mismo equipo con tres goles del argentino Ignacio Scocco.
En el trailer de la temporada 6 de la exitosa serie estadounidense «This is us» una de las protagonistas, Rebecca, hace la siguiente reflexión: «Algunas veces pienso cuál será mi último recuerdo antes de que se apague la vela. No me preocupa olvidarme de las grandes cosas, son las pequeñas las que todavía no estoy lista para soltar».
Las palabras del personaje que interpreta Mandy Moore me llevaron a pensar en que para mí uno de los grandes misterios del cuerpo humano es cómo funciona ese proceso mental conocido como memoria. Es decir, cómo codificamos, almacenamos y recuperamos datos, sensaciones, episodios y hasta olores.
Mi madre tiene 84 años y su memoria de corto plazo es cada vez más endeble. Durante una sobremesa me puede preguntar hasta cinco veces en qué día de la semana estamos o si uno de mis hermanos, que vive fuera de la ciudad, ha llamado por la mañana, aunque acabe de colgar con él. Pero en cuanto comienza a sonar la música que le ponemos en Spotify, canta completa la letra de viejos boleros de Los Panchos, alguna canción de Agustín Lara y hasta de Cri Cri. En ese momento algo se activa en su cabecita que la hace recordar pasajes de su infancia en Pachuca, de sus hermanos y mis abuelos, y hasta de una que otra travesura que, aunque he escuchado decenas de veces, me conmueve profundamente.
A mí, como a Rebecca, me da miedo olvidarme de las pequeñas cosas que hacen que valga la pena vivir. Aunque sé que nunca se van a ir de mi cabeza del todo porque, como leí por ahí, «la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados».
@RS_Vargas
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