A punto de cumplir 83 años, este icónico lugar del barrio Guerrero apagó sus avisos de neón el 22 de marzo.

Allí bailaron Cantinflas y Diego Rivera, brindaron Trotsky y grandes literatos, y la guerrilla zapatista discutió su desarme. Pese a ese abolengo, el Salón Los Ángeles, de Ciudad de México, podría silenciarse para siempre por la pandemia.

A punto de cumplir 83 años, este icónico lugar del barrio Guerrero apagó sus avisos de neón el 22 de marzo y no tiene fecha de reapertura.

Ante la inminente bancarrota, su dueño lanzó una campaña de donaciones que promete compensar con diplomas, boletos y una placa conmemorativa.

«Ya empezábamos a pasar por una situación económica difícil, pero la pandemia vino a detonar el hecho de no poder continuar por estar cerrados», dijo a la AFP Miguel Nieto, cuyo abuelo fundó este salón de baile.

A cargo del negocio desde hace 48 años, Nieto tiene 25 empleados, aunque para eventos especiales contrata hasta un centenar.

El futuro del salón luce complicado, pues buena parte de sus clientes son adultos mayores -muy vulnerables a la covid-19- que suelen ir a bailar mambo, danzón y chachachá.

La situación de otras salas y centros nocturnos de la capital es crítica.

Al menos 2.600 están cerradas y recién abrirían en octubre, poniendo en riesgo unos 380.000 empleos directos e indirectos, según la gremial Anidice.

Único sobreviviente 

De paredes rojas y fucsia, este rincón bohemio guarda parte de la historia del país e innumerables anécdotas, al punto que su lema reza: «Quien no conoce el salón Los Ángeles, no conoce México».

En la enorme pista de madera mostraron sus mejores pasos los comediantes Cantinflas y Tin Tan, y el muralista Diego Rivera, esposo de Frida Kahlo, cuenta orgulloso Nieto.

También pasó por allí el líder ruso León Trotsky -refugiado en México a mediados de los años 1930 hasta su muerte en 1940-, y en 1998 Carlos Fuentes celebró los 40 años de su novela «La región más transparente» con los premios nobel Gabriel García Márquez y José Saramago.

Escenario de varias películas, sus mesas fueron igualmente testigos de una reunión en 1997, en la que el subcomandante Marcos y otros rebeldes zapatistas debatieron su desarme ese mismo año.

«¡Han pasado tantas cosas en tantos años, que esa solo es la parte histórica! Lo que sucede cotidianamente es mucho más importante porque es un motor económico para el barrio, una forma de entender el mundo y de promover identidad nacional», suspira Nieto.

Para José Alfonso Suárez del Real, secretario de cultura de Ciudad de México, Los Ángeles «es el único salón de abolengo que queda vivo en el país».

«Representa un México de las décadas de 1940 y 1950, cuando los salones de baile se constituyeron en los espacios de intercambio social más relevantes de la vida juvenil», explica.

Orgullo pachuco 

En el tablado reviven sus años mozos veteranas parejas de pachucos y rumberas.

El pachuco representa al mexicano que vivía en el sur de Estados Unidos en la década de 1930, y vestía con extravagancia en busca de reconocimiento social.

Con elegantes trajes, zapatos bicolor y sombreros de plumas de faisán, estos personajes se adueñaron de las pistas durante las décadas de 1940 y 1950 a ritmo de swing y mambo.

Orgulloso pachuco desde 1977, Carlos Bueno, médico jubilado, salió del confinamiento cuando supo que Los Ángeles, su «segunda casa», podría cerrar.

«Siento la obligación moral de apoyar al lugar donde conocí a mi esposa, donde me enamoré», dice Bueno, de 65 años, con traje blanco y sombrero.

Patricia Rivera, su mujer de 50 años, ve la posible clausura como una «tragedia».

«Los martes que venimos al salón no cocino, ni lavo (…) Me pongo muy bonita solo para venir a bailar», cuenta Rivera, con un ceñido vestido azul.

Los amantes del lugar confían en que la dedicatoria que escribió Carlos Fuentes esa noche de marzo de 1998 sea profética: «Los Ángeles estaba aquí hace cuarenta años y seguirá aquí mientras el futuro dure y el alma baile».

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