Libramos la dependencia económica y la necesidad emocional sin mayor problema, sin embargo, muchas no nos damos cuenta de nuestra formación de dependencia al hombre hasta que nos topamos con una pared.

Sí, un clavo… bueno, y un martillo, una pila de repisas, un tablero, los taquetes, las brocas, el nivelador, el yeso, las ménsulas, unos cablecitos de luz con sus respectivos polos y las grietas de una pared que por poco caía a pedazos y gritaba que urgía una reparación.

Ella contra un muro. El taladro que retó a la autosuficiencia. Así le llamé al día en que unas simples “chambas” de mantenimiento en lo dulce del hogar pudieron contra una mujer que se dice independiente.

A mis años y frente a una pared que contaba algunos agujeros como ejemplo de mi “intento” por ganarle, me pregunté de qué me habían servido aquellas aburridas clases de tejido durante la prepa.

Y la taquimecanografía de la miss Lupita durante mi edad pre-adulta, ¿dónde aplica para poner manos a la obra?

Esa pared además de escupir todos los clavos chuecos de mis maniobras, me habló sobre la dependencia que lidiamos algunas cuando decidimos habitar el mundo en hogares unipersonales, es decir, “a solas”.

Ya sea por elección o cuando la decisión de vivir solas sea consecuencia de una separación, los detalles más domésticos como la cocina, el lavado, el planchado, la limpieza no se nos hacen un mundo.

Libramos la dependencia económica y la necesidad emocional sin mayor problema, sin embargo, muchas no nos damos cuenta de nuestra formación de dependencia al hombre hasta que nos topamos con una pared en casa llena de necesidades.

La primera opción fue recurrir al primer e irrenunciable hombre de mi vida: mi papá. La segunda, un hermano que con todos esos músculos seguramente sabía de cosas de “hombres fuertes”, ¿se acuerdan de Popeye?. La tercera, mi pareja, la cuarta algún amigo. A la quinta me di por vencida.

Y me mantuve ahí, grande ante la vida y tan pequeña, inútil e impotente frente a la pared.

Me pregunté por qué a muchas de nosotras nunca nos enseñaron eso que llaman “trabajos rudos” y, porqué, por el contrario, sólo obtuvimos aprendizajes sobre cocina, belleza, remedios de salud, entre otros.

Muchas mujeres tenemos auto y quién nos orientó sobre mecánica, birlos, tuercas, llantas, balatas, gatos hidráulicos, bujías, radiadores y todo eso que siempre le suele sonar a un coche.

A poco me van a decir que muchas no disimularon su cara de incógnita cuando el intendente de la gasolinera les preguntó “¿a qué calibre van sus neumáticos, señorita?”

El caso es que quise resolver yo misma el caso de la pared. Recuerdo bien al ferretero. Me miró extrañado y en su rostro podía leerse claramente la pregunta que se hacía: ¿a poco ésta mujer sabe usar ese taladro?.

No sabía sobre tamaños de las brocas pero con calma expliqué esperando algún consejo: “Eso déjeselo a su marido”, esa fue su sugerencia.

Ven, el caso es depender de un hombre que nos salve de estropear el manicure y de paso la paredes.

Ajá, ¿y las solteras, qué?. Para muchas singles los trabajos rudos de un hogar siempre son un dolor de cabeza.

Cuando, me rendí al “hágalo usted misma”, toda una complicación supuso ubicar a algún “mil usos” hasta que uno de esos tantos grupos de whatsapp arrojó al que vendría en mi auxilio. Una señora respondió a mi petición de ayuda y dijo: “mi marido”. Ven, si la culpa parece de una por no tener uno de esos. ¡Bah!

Después de 7 horas y 700 pesos, aquél hombre marido de aquella señora terminó el trabajo que prometió en dos.

¡Sorpresa!, las repisas, estaban chuecas, había más agujeros de los que pude haber hecho yo haciendo ensayos con el martillo.

Al ver mi expresión de espanto, al hombre se le ocurrió que el yeso podría resanar la pared mal trabajada y de paso suavizar mis gestos de desencanto. Todo salió mal y de muy malas.

Crecimos y aprendimos “ellos cosas de hombres” y nosotras “cosas de mujeres”. Después de la frustración caí en cuenta de que un simple clavo, una grieta, una fuga, cualquier desperfecto en casa no debería nunca más vulnerar nuestra utosuficiencia; mujeres.

Que no les pase a ellas, a nuestras hijas. Como madres y padres debiéramos pensar más en cosas como éstas a las que también se enfrentarán una vez que vuelan solas. Construirlas diferente, sumar a su independencia.

Y es que hasta hace no tanto tiempo atrás, las escuelas técnicas eran reinados masculinos porque justamente esas eran “tareas del hombre”, “trabajos rudos”.

Toca posibilitar que nuestras hijas puedan elegir la ocupación que deseen sin oficios feminizados ni masculinizados.

Y es que tal vez además de una crack del maquillaje, pude haber vencido a ese taladro feroz sin glamour pero con orgullo.

Por eso, habría que aplaudir y difundir las opciones que se ofertan desde la Secretaría para la Igualdad Sustantiva de Género sobre electricidad, reparación de electrodomésticos y otros más, que capacitan a mujeres para no andar “dependiendo” de los hijos ingratos, los maridos de las otras o a los mil usos caros y mal hechos.

Ya me inscribí.

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LAURA MARTÍNEZ ZEPEDA. Comunicologa, mujer, madre, maquillista y feminista. La encuentras en: https://www.facebook.com/lauramartinezzepeda

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