Irrita, nos aburre, abruma, nos desconecta y nos enchufa a nosotros, a algunos sólo de vez en cuando.

Y entonces, se detuvo el mundo.

Se detuvo el tiempo, la vida se nos detuvo.

Tocó parar, hacer una larga pausa, sin estar hechos para ello.

Llegó el momento de palpar el tedio. De aprender de él.

Son días para hacer la nada, de conectar con todo y a la vez con nada.

Nos habitamos hoy como nunca antes lo habíamos hecho.

Ésta cuarentena se volvió un domingo largo.

Algunos por primera vez, escuchamos todas nuestras voces.

A veces nos hablan todas al mismo tiempo.

Nos grita el miedo, nos susurra la tensión, interrumpe la incertidumbre.

La ansiedad nos muestra la cara.

E irrita, nos aburre, abruma, nos desconecta y nos enchufa a nosotros, a algunos sólo de vez en cuando.

Muchos somos construidos en la prisa.

Afortunados quienes saben del respiro de la calma.

Muchos no sabemos en qué día vamos, la inquietud reclama el número y exacerba ese sofoco.

No todos los días son malos, muchos fueron optimistas.

Ya va siendo habitual esa conversación con nosotros mismos.

Convivirnos, cohabitarnos, algunos lo habíamos evadido.

Se ha hecho costumbre el café y ya normalizamos la plática con las mascotas.

Les tomamos fotos, hemos apreciado su compañía.

Cosas buenas que dejará ésta lejanía.

Al fin empatizamos con las emociones.

Redefinimos nuestras rutinas.

Entendemos lo que sale de quedarse viendo al techo.

La televisión ya no nos hace compañía.

Descubrimos que el control es como el TOC de quien adopta el vicio del cigarro.

Durante el aislamiento preventivo, lo nunca antes vivido.

Eso que contaban las películas, se nos hizo un thriller y a nosotros los protagonistas.

Los niños sin colegio, sin parques, sin interacción con otros niños de su edad.

Qué difícil para ellos eso de lidiar con sus adultos llenos de todo, vacíos de nada.

Hoy, más difícil, no hay abuelas salvadoras, han desaparecido. No se extinguieron, se guardaron para poder conservarlas.

El entusiasmo ha durado poco.

No parques, no amigos, no interacción.

Se acotan posibilidades y se van cerrando todas.

Y lloramos a ratitos. Lloramos a escondidas cuando los pequeños no nos ven.

¿Cómo se hace, dónde se mete una?

Encerrada en una casa con niñas, con niños y con el desamparo económico tocando la puerta.

Y es que perder el trabajo implica mucho más que sufrir el aburrimiento del encierro en casa.

Dicen los estadistas que tener hijos en este país es un factor de riesgo para caer en pobreza y en la exclusión. Para las familias mono parentales, ni contarlo.

Tremendo colapso al que hacen frente las madres solas.

Familias con dos personas adultas, alguna de las dos precarias, alguna de las dos ya sin empleo, sin ingresos y con los gastos corriendo.

Entonces cómo se filtran para no sobre cargar de desconcierto a las mentes más pequeñas de la casa, ellos preguntan siempre, preguntan, preguntan, preguntan.

A dónde vamos, que pasará mañana.

Mientras los profesores nos suman deberes. Que los niños no pierdan semanas, que no se queden atrás.

Es que ahora también la haremos de maestras. Somos una especie forzando la inmunidad para no caer enfermas.

Disimulamos desesperación, nos dibujamos la sonrisa mientras explicamos a los chicos las partes del cuerpo humano en inglés o cuando toca biología.

Uno de cada diez hogares con niños tiene un único adulto.

El malabarismo resulta especialmente duro para la familia uniparental y sumado a ello la mayoría de los progenitores solos con sus hijos, son mujeres.

Las madres solteras y separadas se enfrentan al doble desafío de trabajar, si es que el empleo sobrevive, y el de cuidar.

Los niños son supervivientes.

Nunca será lo mismo vivir en una casa con jardín que en un cuarto de cuatro por cuatro.

Vivir con una persona sumida en la depresión que en una familia con sanidad psicológica.

No da igual que los padres se griten y se tiren el sartén por la cabeza a habitar un ambiente de tolerancia y paciencia.

No da igual, no da igual.

Por eso ahora más que nunca nosotras nos cuidamos.

Apoyamos con palabras de ánimos, la que escribe, la que nos lee, las que difunden.

Ahora más que nunca, nosotras estamos cerca.

Ahora más que nunca, nosotras nos necesitamos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *