La maternidad que nos venden, nunca nos protege de la culpa de caer en todo “lo que está mal visto”.
Alguna como yo recuerda aquellas veces que en etapa prenatal devoramos pilas de literatura sobre ¿cómo ser mamá?.
¿Recuerdan si esas líneas en alguna parte se parecen a lo que es en realidad ese complicadísimo trabajo?
Cuántas a pesar de nuestro máster bibliográfico sobre “la maternidad perfecta” se han sentido reprobadas en el mamistómetro.
A ver, levante la mano la que nunca se ha puesto o le ha sido socialmente impuesto el mote de “mala madre” más de una vez aún tratando incansablemente de “encajar” en lo que se espera de nosotras en el cumplimiento de ese ponderante rol.
En el café, la posada, la fiesta de chuchito, a la salida de la escuela, en el gimnasio, cualquier espacio es apto para un escrutinio sobre tu maternidad, sobre todo cuando no ejecutas ese papelazo como sí sabe bien hacerlo tu vecina la del 5, más de una mamá en el cole o la ejemplar señora que te da consejos sin que nadie se los pida.
A mitad del año, por ejemplo, el surtido de las listas escolares y el fastidio que supone forrar pilas de cuadernos ya nos puso a muchas en la competencia del a ver quién entregó primero y quién es la mamá que forra con mayor habilidad.
Claro, para muchas sería una falta grave no impregnar personalmente con su amor de madre cada pasta de papel contact para echarle las buenas vibras al curso.
Ah, eso sí, el forrado es sin burbujas, o no habrá grado de excelencia porque obvio, ese es el nivel mínimo y suficiente por cumplir con el insufrible papel adherible cada año: la que lo sufra menos, gana.
Cuántas, entonces, nos hemos sentido estafadas por los manuales que nos devoramos durante el pre y post embarazo.
Ninguno de esos libros nos explica que ser madre es el único oficio que primero otorga el título y después se cursa la carrera, un maratón de miedos, juicios, estereotipos, condiciones y complejos, que además, debemos aprender a gestionar en una sociedad severa que no perdona ningún fallo.
Lo cierto es que muchas aprendemos a ser madres mientras nuestros hijos también aprenden a ser hijos.
A muchas nos gusta ser mamás pero nos resistimos a dejar de ser mujeres. Mujeres somos antes que madres.
Mujeres- madres, mujeres profesionistas, emprendedoras, proveedoras, esposas, madres solteras, divorciadas, doctoras, psicólogas, amantes y mucho más.
Todo eso, con o sin culpas.
Algunas, por ejemplo, no sabemos de caldito, ni de cocer disfraces, pero aún así creemos que ser madres ha sido, no la única, pero sí de las mejores cosas que nos pasan en la vida.
La maternidad que nos venden, nunca nos protege de la culpa de caer en todo “lo que está mal visto”.
Nos toca, como por decreto, mantenernos estoicas, de pie y sin titubeos. Sin opción a la queja, o a pensar por un segundo en “devolver» a esos hijos de donde vinieron.
El sólo hecho de pensar cinco minutos en bajarte de ese tren, sería un pase directo a tu aniquilación social.
¡Nunca, ni lo menciones, sssshh… jamás lo pienses, disimula o te linchan todos y algunas todas!
El estereotipo que supone “perfección» en una madre es en realidad una leyenda urbana, hecha de publicidad, música, cartón o piedra, de la que se habla mucho, pero que hasta hoy se ha visto sólo en un imaginario.
Las “malas madres” también tenemos nuestro power. No renunciamos a serlo, pero disfrutamos la vida con ojeras y a lo loco, como va.
No nos olvidamos de nosotras mismas, nos reinventamos una y otra vez y aún así inspiramos un renovado prototipo de mamá, asumiendo un montón de roles sin culpas.
Algunas madres imperfectas, habitamos este planeta igual de exhaustas, con mucho sueño, con poco tiempo, alérgicas a la ñoñería y hartas del ojo fustigador.
También andamos cansadas de las ideas irreales sobre el oficio, compartiendo entre nosotras los sabores y sin sabores de lo que nunca se nos dijo sobre la maternidad. Algunas, sin disimulo y sin remordimiento de conciencia: Somos mamás pero primero somos humanas.
Y no, no somos descaradas.
Somos así, contradictorias. Cuando tenemos a los hijos porque nos desquician y cuando no los tenemos, porque no están.
Los disfrutamos, sí, pero exigimos tiempo para ser nosotras, para emprender, para ser una misma, únicas, porque primero fuimos y seguimos siendo mujeres.
Y es que a muchas la maternidad nos diluyó de a poco hasta casi volvernos invisibles.
Hoy nos llaman malas madres a quienes «por egoístas» nos ponemos al parejo en importancia y vamos buscando espacios para que la mamá que somos hoy, no se coma a la mujer que fuimos siempre.
Sí, esa, recuerdala, la de sin capa de super woman, ese disfraz nos ha quedado corto, nos limita, nos arrincona y nos ahoga.
La maternidad es un montón de roles, reducirlo a la etiqueta de la abnegación, de anulación y postergación sería aniquilar a la multifacetica mujer que somos.
Y no somos menos mujeres si no somos más madres.
Siempre he pensado que hay que crecer para ayudar a crecer y como mamás, un acto de resistencia sería sacudirnos ese sentimiento de culpa que nos endosan en cada falso movimiento y que en tantas ocasiones nos ha inhabilitado.
El proceso de maternalización de las mujeres nos ha puesto por años sobre un sólo hilo: el de cumplir íntegramente con nuestro “destino fisiológico” o nuestra vocación “natural”, cosa que implica un desgaste de todo tipo.
Admitir que la maternidad es una chinga, no nos hace malas madres. Y es de justas y justos admitir que cada una, a su modo, en su imperfección y condición, hacemos lo mejor que podemos.
Así, diversas todas, desastres en movimiento, estigmatizada, estamos aprendiendo del cómo se hace sin habitar la competencia.
Hoy me gustaría mandar un fuerte abrazo a todas las que como yo se han sentido “malas madres” y que como yo, pueden decir ¡sí, soy mala madre, y qué!
A las malas madres, las divorciadas, las solteras por elección, solteras por abandono, a las bien y a las mal, a las que por más que se esmeran en mejorar el mole nunca les alcanza para complacer a todos. A esas, a las que se nos queman los hotcakes, a todas ellas van mis letras.
Al final madre, buena o mala, sólo hay una, la que eres tú.