Al lado, casi imperceptible por su personalidad anodina, estaba Carlos Martínez Amador, heredero de una estirpe serrana que se ha beneficiado ancestralmente de la política.
No tienen en realidad un plan, ni la proyección de cómo esperan repartirse las migajas de las rebanadas de pastel que compartirán y, por supuesto, ni de lejos tienen una agenda parlamentaria conjunta, ni de gobierno ni ideológica.
Es absurda, porque no tiene una sola coincidencia. Se trata de una alianza, entre PRI, PAN y PRD, en principio electoral para el proceso federal y posiblemente crezca al ámbito local.
Es políticamente una simulación, una impostura, que solamente busca arrebatar al lopezobradorismo la hegemonía: el poder por el poder, concupiscencia pura.
Sus arquitectos esgrimen una falsa redención para el país y prometen contrapesos, pero son falacias. Esta mañana de miércoles, en una conferencia conjunta, la ambición de la panista Genoveva Huerta Villegas, a quien se identifica como testaferro del oscuro Fernando Luis Manzanilla Prieto, se desbocó contra la Cuarta Transformación (4T), que bien lo merece, pero con adjetivos e histrionismo sobrados, pero nunca con ideas.
Mientras el líder estatal priísta Néstor Camarillo Medina ofreció un diagnóstico del ámbito parlamentario federal, en donde efectivamente no ha habido división de poderes y el buldócer mayoritario lopezobradorista concentra todas las decisiones, ella despotricaba sin reflexión y sin argumentos contra el gobierno del estado. Su apetito por descalificarlo es personal, ni siquiera lo comparte su partido.
Al lado, casi imperceptible por su personalidad anodina, estaba Carlos Martínez Amador, heredero de una estirpe serrana que se ha beneficiado ancestralmente de la política y del servicio público y, antes del morenovallismo, al que sirvió con abyección, perteneció al PRI. Concupiscencia pura es lo que se pretenden conformar, en la coyuntura y ante su imposibilidad de ir contra el lopezobradorismo -que no es lo mismo que Morena-, en una honrosa competencia. Por supuesto, no han reparado en la división y en el rechazo que generarán entre sus militantes y simpatizantes.
Aunque Huerta Villegas mienta y diga que es “una alianza también con los ciudadanos”, se trata de una unión que busca que las cúpulas conserven sus privilegios.
Es simplista suponer que la fusión de los logotipos de estos tres partidos en l boletas de la elección federal, en entre 130 a 158 de las 300 demarcaciones que tiene el país, sumará en automático sus potenciales de votos. No.
Aunque muchos de los anacrónicos líderes de esos partidos, que buscan llegar a una curul federal en esa alianza, supongan que sus militantes votarán en conjunto, en una opción aventurera y sin principios, lo más probable es que les den la espalda. Por eso es absurda, perversa e incongruente. Son los dirigentes, y no la militancia de estos partidos, hoy ciegos a sus principios y a sus historias, quienes están sumidos en una orgía electorera.