Se estima que esta catástrofe traerá severos impactos a la salud humana, cambios en el clima global, en las corrientes marinas, y repercutirá en los hábitos alimenticios.
Más de nueve millones de hectáreas quemadas; más de mil millones de animales muertos (mamíferos, aves, reptiles y anfibios), cifra equivalente a un séptimo de la población humana; y billones de insectos e invertebrados desaparecidos, son resultado de los incendios en Australia.
Aunque no se han logrado evaluar de manera integral los daños por esta catástrofe, se estima que traerá severos impactos a la salud humana, cambios en el clima global, en las corrientes marinas, y repercutirá en los hábitos y cadenas alimenticias, expusieron en conferencia de medios investigadores del Instituto de Ecología (IE) y de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia (FMVZ) de la UNAM.
“El cambio climático ha alcanzado ya niveles que amenazan a corto plazo la diversidad biológica del planeta y el futuro de la humanidad. Sabemos qué se tiene que hacer: parar el crecimiento de la población humana, reducir el consumo excesivo, las emisiones de gases de efecto invernadero y evitar la extinción de especies, desgraciadamente no se está haciendo”, alertó Gerardo Ceballos, investigador del IE.
Es imperativo presionar a los gobiernos, corporaciones y organismos internacionales para que actúen, porque la ventana de oportunidad es muy pequeña, de 10 a 20 años, dijo.
Rafael Ojeda, académico de la FMVZ, subrayó que en Australia suceden cosas únicas: “existen linajes evolutivos muy antiguos, por lo que las perdidas serán invaluables”.
Causas del fuego
Gerardo Ceballos explicó que las causas de esta catástrofe, sólo comparada con un “holocausto nuclear”, es el tipo de hábitat, propenso al fuego; la temperatura extrema; una gran sequía y la inacción del gobierno australiano.
Una sucesión de olas de calor y una estación inusualmente seca en extensas áreas boscosas del sureste de ese país han condicionado su situación meteorológica desde noviembre, alteraron significativamente la cotidianidad de muchas personas y favorecieron la proliferación de incendios forestales gigantescos, detalló.
La intensidad y magnitud provocó la creación de su “propio clima”, con la generación de tormentas eléctricas que originaron más fuegos.
Rafael Ojeda comentó que se habían contabilizado los 18 meses más secos en la historia australiana, además de una baja en la humedad relativa, por lo que había una gran vulnerabilidad de los ecosistemas.
“Desafortunadamente no se ha llegado ni a la mitad de la temporada convencional de incendios, y más del 10 por ciento de los instrumentos de monitoreo en la zona se han perdido con las llamas, por lo que el riesgo aún es alto y los impactos desconocidos. Hay que esperar a la capacidad regenerativa del entorno, aunque podría ser que algunas especies ya estén extintas”, reconoció.
Al respecto, Ceballos consideró que la región tardará en recuperarse cientos de años: 500 especies han sido afectadas, y más adelante se detallará el estado de conservación de cada una. Indicó que ha estado en contacto con especialistas y homólogos en esa región para ofrecer apoyo, “investigadores de la UNAM enviamos una carta de solidaridad y nuestra oferta de ayuda desde México”.
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