Recientemente, la Organización Internacional para las Migraciones dijo que hay al menos 2,75 millones de personas en esa situación.

Un niño pequeño corre por la carretera, sus zapatos rojos de plástico brillan en el crepúsculo. La maleta que empuja pesa casi tanto como él. Un camión acelera y amenaza con empujarlo fuera de la vía. Pero Sebastián Ventura, quien a sus 6 años ha asumido el papel de animador familiar, impulsa a su familia para seguir adelante.

“¡A Venezuela!”, grita.

Su madre, embarazada de cuatro meses, se apresura para seguirle el paso. Esa noche hay cientos de personas en la carretera, todos son venezolanos que antes de la pandemia huyeron del colapso de su país y encontraron refugio en Colombia. Ahora, después de perder sus trabajos en medio de la crisis económica generada por el virus, tratan desesperadamente de regresar a casa, donde al menos pueden confiar en sus familiares.

La crisis mundial de salud provocada por el coronavirus se ha manifestado de manera más visible en hospitales y cementerios con un devastador número de casos y muertes; sus secuelas son evidentes en la pérdida de empleos y el cierre de negocios.

Pero un aspecto menos visible de la catástrofe se ha desarrollado en las carreteras del mundo porque millones de migrantes (afganos, etíopes, nicaragüenses, ucranianos y otros) se han quedado desempleados en sus países de adopción y están regresando a casa.

Los más afortunados han encontrado un refugio al regresar. Pero muchos se quedaron sin dinero en el camino, son rechazados en los cruces fronterizos o llegaron a países devastados por la guerra donde ven que sus vidas pasadas ya no existen.

Las organizaciones internacionales de ayuda definen a estas personas como los “migrantes varados” del virus: hombres, mujeres y niños que han tratado de regresar a casa desde que comenzó la pandemia. Recientemente, la Organización Internacional para las Migraciones dijo que hay al menos 2,75 millones de personas en esa situación.

Entre los más afectados se encuentran los venezolanos, quienes antes de la pandemia ya habían generado una de las olas migratorias más grandes del mundo. A medida que la otrora nación rica en petróleo se derrumbaba en manos de su líder autoritario, Nicolás Maduro, la hambruna se generalizó y casi cinco millones de personas huyeron.

Pero cuando llegó el virus, los venezolanos que vivían en el extranjero fueron los primeros en quedar desempleados en sus países de adopción, y comenzaron a ser desalojados de los departamentos que rentaban por días en ciudades como Lima, Quito y Bogotá, la capital de Colombia.

En los primeros meses de la pandemia, más de 100.000 venezolanos abandonaron Colombia, según las autoridades migratorias. Otros comenzaron a salir de los países vecinos.

Durante seis meses, Sebastián y su madre, Jessika Loaiza, viajaron más de 2400 kilómetros, casi todos a pie, primero de Colombia a Venezuela y luego, al no encontrar un puerto seguro, regresaron a Colombia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *