Despertar a las masas no es tan fácil como parece ni tan eficaz en un largo plazo. Lo ocurrido en Huachinango da cuenta de ello.
@AlesandraMartin
La reciente manifestación que irrumpió un evento del Presidente Andrés Manuel López Obrador en Huauchinango, Puebla en donde el mandatario realizaba un evento para dar a conocer los avances de entrega en apoyos para vivienda a los damnificados a un mes de los desastres ocasionados por el huracán Grace en la sierra norte de Puebla.
La irrupción en el auditorio en el que se desarrollaba el evento pasó por dos filtros de seguridad del Presidente de la República, que dicho sea de paso, lo pone en jaque respecto a su seguridad al no romper el límite de la permisibilidad para no ser acusado de censurar la libertad de expresión aunado a que López Obrador prometió no tener al grupo del Estado Mayor Presidencial custodiándolo como en anteriores gobiernos. Sin embargo, las manifestaciones han sido constantes y vulneran la seguridad de la figura presidencial.
Esta manifestación tiene varias lecturas:
La primera es que cuando se realizan estrategias de narrativas políticas que generen polarización, hay que medir el alcance de las mismas para “controlar los daños”. Generar discursos de odio para enardecer a las masas con una emoción colectiva en común que es la ira, puede resultar contraproducente porque tiene un efecto de boomerang en el gobierno en turno.
Despertar a las masas no es tan fácil como parece ni tan eficaz en un largo plazo. Lo ocurrido en Huachinango da cuenta de ello, es difícil contener a la colectividad cuando está enardecida.
La segunda lectura es que si bien detrás de los movimientos sociales, o manifestaciones aparentemente ciudadanas siempre hay una estrategia política que obedece a intereses políticos de grupos en el poder, cooptando las manifestaciones. Por ejemplo en un video de lo ocurrido una mujer que en el argot político se les denomina agitadora social y que es quien lideraba a un grupo de estos manifestantes, decía: “Yo no soy damnificada pero estoy apoyando a mis hermanas y hermanos que fueron afectados”.
Pero también es cierto que hay en la ciudadanía un clamor porque las necesidades se resuelvan de manera inmediata, muy ejemplificativo es otro de los videos que circulo en el que uno de los genuinos manifestantes que decía: “Somos el pueblo encabronado”. La polarización como estrategia es un arma de doble filo porque se incita a las masas a expresar emociones negativas, ira, enojo, rabia y en las masas se da un anonimato que las hace tan peligrosas.
La tercera lectura es que en esa manifestación el Presidente logró contener lo que los filtros de seguridad no pudieron, dijo “¿Me van a dejar hablar?” y con la habilidad que le caracteriza para poder conectar inmediatamente con las masas pudo convertir a favor suyo esa manifestación. Pero ¿Por cuánto tiempo el Presidente puede contener el boomerang de la polarización?
Porque lo que no se ha visto, de lo que creo el gobierno no ha hecho un análisis prospectivo, es que no es lo mismo generar estrategias de polarización con narrativas políticas en contextos normales que en este contexto que estamos viviendo social, económico y emocional atípico ocasionado por la pandemia.
La gente está ávida de soluciones inmediatas, parece que tampoco se han percatado de esto con un ejemplo tan claro como el de las pasadas elecciones, la gente más que votar en contra, voto por un cambio. Porque la inmediatez es el factor común en estos tiempos de pandemia, agravado por emociones colectivas negativas por el encierro, la pérdida de empleo, etc.
Y ahí tendrán que medir muy bien las siguientes estrategias en cuanto a polarización sino se quiere seguir incitando a la ciudadanía con narrativas políticas que aluden a emociones colectivas negativas.