Timoteo y Maura soportaron torturas inimaginables del Gobernador,  todo por porteger los libros que de las Sagradas Escrituras.

Hoy la Iglesia Católica celebra la festividad de dos esposos: Timoteo y Maura, que sufrieron martirio en Antínoe -provincia de la Tebaida, Egipto- en el año 286, en tiempos de Diocleciano.

Pasión de los Santos Timoteo (en griego, “temeroso de Dios”) era lector de la comunidad cristiana local, es decir, se dedicaba a la lectura, conservación y cuidado de las Sagradas Escrituras, aunque es cierto que otras versiones lo hacen sacerdote.

Era aún joven e hijo de Pigol, un sacerdote de Perapa, conocido por su piedad y su profundo conocimiento del Evangelio. Aún de noche, los trabajadores de la villa se reunían en torno a él para que les leyera las Escrituras. Su familia lo había casado con una muchacha cristiana llamada Maura o Mavra (en latín, “oriunda de Mauritania”, lo que remarca posiblemente, el origen africano de la Santa), quien era todavía más joven que él, pues sólo tenía 17 años. Pero apenas veinte días después de la boda, la persecución se abatió sobre el joven matrimonio.

Timoteo fue denunciado ante el prefecto de la Tebaida, un tal Ariano, que mandó traerlo ante su tribunal. Una vez allí, lo animó a ofrecer un sacrificio para cumplir con el edicto. Además, Diocleciano había mandado que se confiscaran y quemaran cuantos textos cristianos hallaran, y sabiendo que Timoteo los guardaba celosamente en su casa, le instó además a que revelara su escondite.

El lector se negó rotundamente a sacrificar a los dioses y tampoco quiso entregar los libros sagrados, de los cuales él era custodio, pues quería salvaguardarlos de la profanación. “¿No sabes que nadie entrega a sus hijos a la muerte?”, le dijo, “Esos libros, que yo mismo he copiado, son como mis hijos. Cuando los leo, los ángeles del Señor están conmigo”. Molesto por su obstinación, Ariano mandó entregarlo a la tortura para que cediese al sacrificio y a la entrega de los textos sagrados.

El relato de las torturas parece un poco exagerado, de ahí el recelo de los bolandistas. Dice la passio que los verdugos calentaron punzones de hierro hasta el punto de rojo vivo y se los clavaron en el oído, perforando los tímpanos con tanta violencia que le alcanzaron los ojos, de modo que éstos le saltaron de las cuencas y se quedó ciego (!!!).

Al verlo sin ojos, los verdugos se burlaban de él y le decían que ofrecía un aspecto lamentable, a lo que él respondió: “Mis ojos corporales, que han visto demasiadas cosas indignas, han sufrido al ser cegados. Pero mi vista interior, los ojos de mi alma, siguen iluminándome”. Al oír esto, Ariano mandó atarle las manos a la espalda, meterle un trozo de madera en la boca -imagino que para hacerlo callar- y colgarlo boca abajo. Para incrementar su sufrimiento, el gobernador mandó colgarle una pesada roca del cuello, y así lo dejaron.

Pero al rato, los sufrimientos del joven eran tan evidentes que incluso los verdugos se compadecieron de él y le pidieron a Ariano que tratara de convencerle de otro modo menos cruel. Pensando que así moverían el corazón del gobernador a compasión, le dijeron que se había casado hacía veinte días, y que su esposa era una mujer muy joven y muy bella. Ariano mandó entonces que le trajeran a Maura.

Cuando tuvo delante de sí a la joven esposa, Ariano le mandó acicalarse, peinarse y perfumarse, adornándose con bellos vestidos y joyas, y tratar de convencer a su marido de que obedeciese la ley, tras lo cual serían recompensados con muchas riquezas, pero no le dijo cuál era el motivo del tormento. Ella así lo hizo, creyendo que Timoteo tenía algún tipo de deuda económica, y acudió donde estaba colgado, quien supo de su presencia por el perfume que desprendía.

Intentó hablar, pero el madero metido en su boca se lo impedía, así que Maura suplicó que se lo quitasen. Una vez retirado el leño, Timoteo pidió a gritos a su padre, que contemplaba cerca su suplicio, que le tapase la cara con un trozo de tela, porque el aroma que desprendía el cuerpo de Maura le provocaba deseos impuros y no podía soportarlo (!!!). Ofendida por estas palabras, Maura le preguntó por qué le hablaba así, y así supo que la causa del tormento de su marido era su negativa a sacrificar a los dioses y a entregar los textos sagrados.

Timoteo la urgió a condenar las intenciones del gobernador y a sufrir por Cristo como él, pero ella estaba asustada y, a causa de su corta edad, temía no poder resistir los tormentos. Su esposo rezó al Señor para que diera fuerzas a la esposa, y después de esto, Maura se sintió en paz y dispuesta a seguir el camino de Timoteo, muriendo por la fe si era necesario.

Dirigiéndose a Ariano, Maura confesó su fe cristiana, que le había sido inculcada desde niña, y rechazó  sacrificar a los dioses, diciendo que tampoco le entregaría los textos sagrados que guardaba su marido. El gobernador mandó entonces que fuera torturada: con gran crueldad, le arrancaron la cabellera, con cuero cabelludo y todo. Era ésta una tortura habitual para las mujeres, pues además de producirles un indescriptible dolor, las injuriaba, ya que la cabellera era el principal atributo de belleza y dignidad de las mujeres antiguas. Como Ariano se burlara de ella diciendo que se había quedado calva, Maura le dio las gracias por ello, pues, si al obligarla a peinarse y acicalarse para su marido la había hecho pecar, al arrancarle el cabello, el pecado se había ido con él.

A continuación le cortaron todos los dedos de las manos y los tiraron al suelo y pisotearon en su presencia, pero ella seguía inquebrantable, tanto más cuando Timoteo la animaba desde su posición. De nuevo le dio las gracias a Ariano por ello, quien del mismo modo que la había hecho pecar al hacerla adornar sus dedos con joyas y anillos, al cortárselos, la había purificado de tal pecado.

El padre de Timoteo, el sacerdote Pigol, estaba estupefacto al ver la fortaleza de su nuera, y cuando le preguntó cómo podía soportar el dolor de los dedos amputados, ella respondió: “¿No sucede, padre mío, que las viñas se adornan y cultivan podándoles las ramas? Del mismo modo me veo yo adornada y cultivada, y ni siquiera siento el dolor de los dedos cortados”.

Curiosamente, cuando no son venerados juntos, es la esposa, Maura, la que recibe una mayor veneración por sí sola, probablemente porque, según la passio, sufrió más torturas que su marido. Citaré dos ejemplos. En la isla de Zakynthos se sigue venerando un antiguo icono de Santa Maura, de origen griego, con revestimento de plata, que está considerado milagroso.

También hay una gran cantidad de milagros y apariciones documentadas sobre Santa Maura -ella sola, sin Timoteo- donde realizó curaciones y salvó personas, identificándose sin tapujos (“Soy Santa Maura” “Me llamo Maura, y procedo de Heliópolis”).

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