El cuadro de Nuestra Señora de la Altagracia fue pintado probablemente en Sevilla en los primeros quince años del siglo XVI. 

Es difícil para nuestros hermanos de otros países entender la importancia de Nuestra Señora de Altagracia para los dominicanos. Sin embargo, no hay que sobreabundar con detalles sobre la presencia del culto a la Virgen de Altagracia en la República Dominicana. Sencillamente, sería insólito encontrar una iglesia a lo largo y ancho del territorio nacional que no ostente su imagen.

Además, casi no existe una parroquia que no tenga una capilla que se llama «Nuestra Señora de Altagracia»; casi no existe un pueblo que no tenga una calle que se llama «Altagracia»; y casi no existe una familia que no tenga al menos un testimonio de la intercesión de Nuestra Señora de Altagracia.

Así que, nos limitamos a un resumen cuantitativo:

El nombre «Altagracia» en la población dominicana

El 19 de septiembre de 2001 la base de datos de la «Junta Central Electoral» nos informó que una de cada 13 mujeres dominicanas se llama «Altagracia».

El número de peregrinos que visitan la Basílica

Según la «Secretaría de Estado de Turismo» en 1998, unos 350,000 turistas visitan a la Basílica cada año. Además unos 800,000 peregrinos – es decir el equivalente a 10% de la población del país – pasan por la Basílica de Higüey cada año.

Es probable que unos 300,000 peregrinos acudieran a la Basílica solamente durante la novena de enero del año 2006.

El Cuadro

El cuadro de Nuestra Señora de la Altagracia fue pintado probablemente en Sevilla en los primeros quince años del siglo XVI (es decir entre 1500 y 1515), y es posiblemente de la escuela de Alejo Fernández.

Ha tenido cinco restauraciones de importancia, la última en 1978.

Es un lienzo español tipo «Belén», con influencia flamenca, típico de los siglos XV y XVI, con un elemento distinto y único: el rayo de luz.

La «Maternidad Divina»

Es una expresión plástica, del dogma de la «Maternidad Divina». María es la Madre de Dios. De allí el título de «Altagracia», porque la gracia más alta jamás otorgada a un ser humano es la de ser la Madre de Dios.

A la vez es una explicación del dogma de la «Virginidad Perpetua». María es virgen antes, durante y después de dar a luz a Jesús. Un autor del siglo Vl explica: «Como un rayo de luz traspasa un cristal sin dañarlo de manera alguna, igual un rayo de luz más blanco que la nieve traspasa la Virgen para dar a luz a Jesús, Dios en medio de nosotros».

Así que, el cuadro nos hace testigos oculares del momento del nacimiento. Lo que parece un delantal es el «rayo de luz más blanco que la nieve». El Mesías traspasa, sin dañar de manera alguna a la Altagracia quien, recogida y arrodillada, está contemplando tiernamente al Hijo de Dios.

Con un gesto de la cabeza nos invita a arrodillarnos también en frente del pesebre, y juntos adorar al niño Jesús.

La adoración nos lleva a la contemplación, y la contemplación al deseo de estar presentes en la cueva, inmóviles como la Madre, velando al niño, amando al amor y estando en la presencia de Dios.

Es un ícono

El cuadro es también un ícono. No hay un elemento, un color ni una relación que no tenga su significado. Efectivamente hay 62 distintos símbolos en el cuadro. Se puede meditar sobre los siguientes:

La Estrella de Belén (es la Navidad) tiene ocho puntas (símbolo del cielo) con dos rayos extendiéndose hacia el pesebre: Dios Padre está bendiciendo a su Hijo.

Por encima de la Virgen hay doce estrellas (son las tribus de Israel y, a la vez, los apóstoles de Jesús). María es el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Alrededor de María hay un resplandor (cf. Apocalipsis 12, 1). Ella lleva una corona por ser la Reina del Cielo, y un velo sobre la cabeza porque está casada. Está vestida de rojo, porque es un ser humano, y cubierta de blanco por ser sin pecado concebida. Lleva un manto azul celestial salpicado con estrellas porque «el poder del Altísimo vendrá sobre ti».

San José está vestido al revés. Tiene el azul de su santidad escondido bajo un manto rojo por ser de este mundo, y lleva una vela para dar luz a su esposa, y a las necesidades materiales de las cuales es patrono.

El niño Jesús está durmiendo (y está muerto) pero despertará (y resucitará), sobre un pesebre que es, a la vez, un altar (y su sepulcro).

Atrás hay una columna, señal de que estamos en un templo. La cueva es un templo porque allí habita Dios mismo: el niño Jesús.

Las hendiduras en el techo, arriba a la izquierda, nos dicen que el mundo está decayendo, pero Jesús ha venido para restaurarlo.

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