El obispo Justo tejía canastos y el joven Viator se dedicaba a copiar con su hermosa letra los Libros Sagrados.

Existe una comunidad de religiosos educadores que tienen como santo protector a San Viator, quienes dan este mismo nombre a sus colegios.

Cuando era niño su madre lo presentó al obispo San Justo y le pidió que lo instruyera en la religión. Pronto fue un excelente catequista, y aprendió muy bien el arte de escribir en bellas letras llegando a hacer copias de la S. Biblia y de otros libros religiosos para uso del templo.

El obispo San Justo deseaba dedicarse por completo a la vida de oración, penitencia y dejando la bella ciudad de Lyon, partió hacia el desierto.

El obispo se fue sin avisar a nadie, sin embargo Viator, su secretario, se dio cuenta y lo alcanzó por el camino. Obtuvo que lo dejara irse con él. Para ver si eran capaces de resistir la vida tan dura de los religiosos del desierto, fueron sometidos a duras pruebas antes de ser admitidos.

El obispo Justo tejía canastos y el joven Viator se dedicaba a copiar con su hermosa letra los Libros Sagrados. Después de mucho tiempo, llegó una comisión de Lyon a llevarse a la ciudad a los santos monjes, pero San Justo y San Viator les hablaron tan hermosamente de lo provechosa que es la vida de oración y meditación de un monasterio, que los que habían llegado a llevárselos para la ciudad se quedaron y se hicieron monjes.

En diciembre del año 390 el anciano San Justo se sintió morir y al ver que su fiel discípulo lloraba tan amargamente le dijo: «Los dos hemos luchado juntos en esta vida por agradar al Señor Dios, los dos iremos también en compañía a su reino celestial».

A los siete días murió también el joven Viator, fiel compañero de su obispo.

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